Cita

sábado, 17 de diciembre de 2011

Insistiendo en la omnipotencia materna [2]: "Melancolía", de Lars von Trier.

Ocurre con frecuencia que el autor, como persona, dista mucho de estar a la altura de sus obras. Digamos que su talla ética no alcanza a su talla estética. Después de las lamentables declaraciones filonazis de Lars von Trier en la rueda de prensa de Cannes (2011) "comprendiendo" a Hitler, hay que olvidarse de ello para apreciar y disfrutar de su hermosa y angustiante película Melancolía. El espesor humano que consigue con media docena de personajes es enorme. La dureza de una película de tanta potencia visual radica, sin embargo, en el acierto en el que los personajes, y la narración, transmiten al espectador su mensaje existencial claro e inequívoco: estamos solos, y no hay esperanza. El silencio que sigue al in creschendo musical de las últimas escenas de la película, es escalofriante. La película "termina" -terminan las imágenes-, pero los títulos de crédito tardan varios segundos en aparecer. Esos segundos de silencio en negro son la representación de la nada en que consiste el después.
Se dice que Lars von Trier mima a los personajes femeninos. Si es así, habría que añadir que parece ir en detrimento de los masculinos. Al menos en esta película. Me refiero a un detrimento ideológico, moral, humano -no es casual que resuene nuestro Almodóvar en estas coordenadas-. Y es por ello que la traigo bajo el título de la omnipotencia materna, cuando el calado de la película excede en mucho el interés de este aspecto concreto.
Nuevamente en poco tiempo (os remito a la entrada de mismo título [2011/11/14]) nos encontramos con otra incursión -más lateral, eso sí, que la de los hermanos Dardenne- en la figura de la fantasía infantil de la omnipotencia materna. Y, también, a cargo de un hombre. En Melancolía, aparece muy nítida la relación de cariño y cercanía afectuosa de un padre con su hijo de unos diez años. Un padre que le transmite su conocimiento y su pasión por el estudio y la observación de la astronomía. El niño le responde con su complicidad y su interés. El padre aparece con los emblemas del conocimiento científico, y la serenidad que da la racionalidad para afrontar un suceso natural extraordinario. Él es la fuente de tranquilidad para su hijo y su esposa, a los que reasegura continuamente.

Fotograma de la película.
Sin embargo, lo interesante, y lo sorprendente, es que, cuando el padre comprende que el choque de la Tierra con el mega-planeta Melancolía es inevitable, sin decir nada a nadie, se suicida en solitario, cobardemente, después de haber estado negando constantemente a su mujer y a su hijo la posibilidad de la tragedia cósmica.
La madre, al verse sola, y desbordada por la angustia al darse cuenta de lo inevitable de la colisión, intenta una huida inútil y absurda cobijando a su hijo. Fracasada e impotente, vuelve a la casa familiar.Allí, su hermana, una melancólica que encuentra en el cataclismo la solución suicida a su dolor de existir, resurge de su inhibición psicológica para tomar el mando de la situación, e imponer la modalidad de abordar el momento final.
Esta mujer -a la que el niño llama "rompe-acero"- es la detentadora de la omnipotencia imaginaria a la que el niño se confía ciegamente. Su propuesta salvadora es la construcción de una "cueva mágica", donde morirán abrasados por la onda nuclear del impacto. Una vez más, el hijo, abandonado por el padre en un momento crítico de su existencia, aparece acogido y guiado por la madre, quedando en su pertenencia para siempre -literalmente, en este caso, hasta que la muerte les separe-.
Fotograma de la película
Nada cambia el hecho de que, en la película, el niño quede a cargo de dos mujeres-madres. Más bien al contrario. Tal como nos ha enseñado a leer los cuentos tradicionales la crítica cultural psicoanalítica, estas dos hermanas desdoblan la imago materna del inconsciente infantil. La madre natural es la madre del principio de realidad, la madre de las atenciones y los cuidados cotidianos. La tía materna es la figura de la madre omnipotente, la conseguidora, situada por encima de las limitaciones materiales y culturales, fuente inagotable de imaginarios poderes. Queda muy bien reflejado el lugar de cada una de ellas en la economía de goce del niño: allí donde la una fracasa en su intento de salvar al hijo, la otra aporta la "solución" por la vía de la fantasía, a la que el niño se adhiere -y a la que la madre de la realidad se resigna-, guiado por la idealización en que la tiene.
Enmascarado en todo esto está el abanico de figuras masculinas fallidas, que contrapuntean el protagonismo de las dos hermanas, y que son el objeto de sus quejas, cuando no de su desprecio: el sirviente de toda la vida, que les abandona sin decir palabra cuando el peligro se avecina; el padre/marido que hace lo propio también con su suicidio vergonzante; el jefe/admirador de la tía, que es desvelado por esta -en público- como odioso y egoísta; el joven acobardado, que es utilizado solamente para el sexo; el novio enamorado, que es utilizado para la boda; el padre de ambas, investido de todas las insignias de la decrepitud y el egoísmo, también abandona a la hija melancólica cuando ésta reclama, angustiada, su presencia. Frente a tantos hombres cobardes, que abandonan el lugar en el que son requeridos por las mujeres, aparece otra figura femenina -la madre de ambas, separada del padre-, una mujer que, en su breve aparición, ridiculiza al padre, deja en evidencia al yerno, y ostenta los atributos de la decisión, la independencia afectiva, la autonomía personal, el valor de mirar a la cara a la vida más allá de los engaños del amor: ¡todo un carácter!
Si los creadores vienen insistiendo desde hace un par de décadas en figurar así al hombre de la metamodernidad en su relación con el Otro sexo, habrá que pensar que la realidad de todo ello no está lejos -seguramente, está siendo ya-. Y todo ello coincide con lo que algunos, desde el psicoanálisis, ya vienen enunciando como una "clínica del matriarcado", forma de dar cuenta de algunos efectos del cambio cultural que se está operando en la post-liquidación de la autoridad paterna (en tanto pacto simbólico), y en el que el hijo pasaría de ser el objeto del deseo de la madre, para serlo del goce.

No hay comentarios:

Publicar un comentario