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jueves, 6 de enero de 2022

La cultura de la cancelación como fuerza regresiva.

Cuando los talibanes se apoderaron de Afganistán y destruyeron las estatuas de los budas de Bamiyan, Occidente vio en ese acto la prueba de la barbarie cultural y el fanatismo religioso del islam fundamentalista. 

Sin embargo, cuando recientemente se vandalizaron y se destruyeron estatuas de figuras históricas de hace siglos, en nombre de la sensibilidad indigenista y antiesclavista actual, o cuando miles de firmas apoyaron a una ciudadana en una red social  exigiendo al Met de Nueva York que retirara un famoso cuadro de Balthus en defensa de la infancia, Occidente no se vio a sí misma cometiendo vandalismo, sino haciendo justicia, no se ve coartando la libertad de la sociedad, sino protegiendo a esa sociedad.

Vandalización de la estatua de
fray Junípero Serra, en San Francisco, año 2020.

La columnista de El País Carmen Domingo, se ha atrevido -cada vez son más- a escribir contra un efecto perverso de lo que fue política de izquierdas. A partir de la promoción de un discurso respetuoso hacia las minorías, se ha llegado a una censura feroz a toda opinión que no apoye lo que se entiende por "correcto" sobre el tema correspondiente1..

Evidentemente es ahí donde surge la clave del problema: ¿quién dicta la norma de lo que se pretende correcto en cada caso?

El hundimiento del mundo configurado en dos bloques ideológicos ha tenido y está teniendo consecuencias globales, que, unido a otros aspectos mayores, impregna a tal punto la sociedad actual que se habla ya, desde hace un par de décadas, de un cambio de civilización -lo que yo vengo llamando metamodernidad.

El final de la dialéctica capitalismo-comunismo privó a la sociedad de un discurso hegemónico, y el terreno quedó abonado para el surgimiento de propuestas que tomaran el lugar de la antítesis frente el discurso capitalista, devenido discurso único. La existencia de un discurso ideológico dominante tomaba a su cargo los valores de convivencia en su ámbito de influencia. Otros valores alternativos eran más o menos tolerados, regulados o reprimidos por el poder político imperante. 

La globalización ha producido una uniformización económica, pero también un estallido social y político de identidades, que han venido a exigir un reconocimiento absoluto de los valores con los que definen su identidad cada minoría social.

Esta política de identidades está obligada a ser una política narcisista, en la medida en que la construcción de un "nosotros", exige la exclusión de un "ellos". Y la necesaria legitimación de la identidad que da fundamento a su ser se imaginariza en términos de absoluto: relatos de orígenes remotos, lenguas ancestrales, antepasados míticos, genes únicos, designios divinos, depositarios de verdades reveladas, genealogías primordiales, etc.

El resultado de esta atomización, en la que cada individuo trata de basar su propia identidad, es un esencialismo que sustituye a una consideración histórica del devenir social. La izquierda occidental, al abandonar el marxismo en tanto materialismo histórico, se ha aferrado a la Carta de los Derechos Humanos como una verdad a-histórica, elevándola a un rango de verdad revelada del laicismo, que se ha creído con el derecho y el deber de imponerla en todo el mundo a través de la promoción de la Democracia como único vehículo político universal aceptable. Y es el único sistema aceptable porque es el que defiende valores incuestionables, absolutos: libertad, justicia, derechos, respeto, igualdad, etc. 

Entonces, la nueva tiranía requiere tres elementos: una víctima, un valor "superior", y un defensor. Pero, lo que caracteriza como novedosa esta estructura no son los lugares, sino el carácter de absoluto que toman sus elementos. La víctima lo es "desde siempre", o lo es del daño más infame, o de la injusticia más humillante. El valor que se invoca es su reparación necesaria, un derecho inalienable, invocado desde una patencia emocional o afectiva, una autoevidencia que descalifica instantáneamente a quien no es capaz de participar de ella. El defensor toma la forma de un colectivo en posición de justiciero, ya que la enmienda o la restitución que pretende no suele estar contemplada en las legislaciones vigentes de la sociedad del momento.

Esto, que podría corresponder a los movimientos de lucha social reivindicativa de la izquierda tradicional, encuentra su perversión ideológica en ese esencialismo que justifica moralmente un revisionismo histórico que critica los hechos pasados desconectados de las razones materiales-culturales que explican su aparición en  momentos históricos determinados, y no en cualquiera. La comprensión del devenir de las sociedades deja de ser materialista e histórica, para volverse esencialista y metafísica (terreno abonado para la proliferación de fundamentalismos religiosos, movimientos esotéricos -llamados ahora "conspiranoicos"- reaccionarios, pre-científicos, redencionistas, místicos, y similares). Los valores que ellos defienden, no solamente son universales, sino absolutos, eternos y retroactivos, por lo que la moral actual opera legítimamente descalificando a aquellos que actuaron, opinaron o pensaron en los registros propios de su momento histórico. 

Así, por ejemplo, se juzgan y se descalifican como machistas producciones culturales de sociedades que no podían serlo por carecer de conciencia de tal, o no poseer los conceptos antitéticos correspondientes (no hay machismo sin feminismo). Se piden hoy reparaciones indigenistas a países que fueron colonizadores hace siglos por ser ese el momento histórico en el que pudieron llevar a cabo un movimiento de expansión económica que se realizaba en las formas comunes al conjunto de las sociedades de niveles similares de desarrollo tecnológico, y de valores políticos y morales compartidos.

Este pensamiento anacrónico -es decir, atemporal- deja a cualquier sujeto o colectivo a merced del capricho de quien haga el recorte temporal oportuno. ¿Qué sociedad puede presentar un currículum intachable a lo largo de su  historia y a los ojos de hoy? ¿Qué generación no ha podido reprochar a la precedente su escala de valores? Incluso, a nivel individual, y teniendo en cuenta la aceleración histórica de los últimos cien años ¿qué persona de cierta edad no va a poder encontrar, en el tiempo del transcurso de su vida, contradicciones entre sus comportamientos pasados y la "sensibilidad" actual? 

Los sistemas jurídicos saben de los peligros y los límites de la retroactividad en las leyes. La retroactividad ideológica y moral nos hace a todos culpables. Quien administre el perdón, manejará el poder.



1. En esos mismos días, el actor Banderas se refería al hecho de estar gobernados, no por la mayoría, si no por muchas minorías, y José Mota dedicaba una parte de su programa de fin de año a cómo había devenido imposible la sátira humorística, y cómo habría que prescindir de grandes humoristas a lo largo de la historia de su disciplina para no ofender a colectivos mayúsculos y minúsculos  (Carmen Domingo cita precisamente el humor como "el primer afectado de las cancelaciones").