La propuesta de investidura
telemática del candidato a la presidencia catalana -Puigdemont- supone otro avance en la realización de la distopía
política/social que vienen proponiendo los autores de la ficción, y que nuestro nuevo siglo sueña realizar.
En las figuraciones de las sociedades distópicas, los dignatarios que concentran el poder suelen dirigirse a sus súbditos a través de enormes pantallas en los espacios públicos, o en las pequeñas pantallas de los espacios privados. Hoy encontramos en España, como primicia mundial¹, la propuesta de todo un colectivo político legal, con importante representación parlamentaria, para que su candidato pueda ejercer la presidencia regional de su autonomía de forma telemática, y desde el exterior del país objeto de su acción política, aspecto este último de capital importancia de cara a los temas éticos y de derecho político para un futuro de sociedades telematizadas.
En las figuraciones de las sociedades distópicas, los dignatarios que concentran el poder suelen dirigirse a sus súbditos a través de enormes pantallas en los espacios públicos, o en las pequeñas pantallas de los espacios privados. Hoy encontramos en España, como primicia mundial¹, la propuesta de todo un colectivo político legal, con importante representación parlamentaria, para que su candidato pueda ejercer la presidencia regional de su autonomía de forma telemática, y desde el exterior del país objeto de su acción política, aspecto este último de capital importancia de cara a los temas éticos y de derecho político para un futuro de sociedades telematizadas.
En el siglo XXI, el papel de
las redes sociales ha tomado carta de naturaleza en la acción política desde la exitosa campaña de
voluntarios de Obama, hasta la no menos exitosa de Trump, esta vez ya asociada
indefectiblemente -forma y fondo, medio y mensaje- a la muerte de la verdad, que ya
no es la mentira sino la "posverdad". También on-line vienen los últimos peligros para la democracia representativa en forma de injerencia en los recuentos electorales, como forma interesada por parte de países terceros, para debilitar al país rival o ganar influencia sobre el juego de sus fuerzas políticas.
El escamoteo telemático de la presencia
física de los gobernantes para dar cuenta de su gestión frente a los electores
ya contaba -precisamente en España- de un adepto entusiasta, precisamente otro
presidente, esta vez el del gobierno nacional. Pero ahora no se trata solamente de la
emisión de mensajes para escamotear la labor fiscalizadora e
informativa de la prensa. Ahora el señor Puigdemont trata de extenderlo y normalizarlo como forma de acción política total, tanto frente a la
labor fiscalizadora e informativa del Parlamento autonómico de Cataluña, como a los
espacios de gestión y representación derivados de la acción presidencial en las diferentes instituciones
políticas, económicas, culturales, etcétera.
Pero, ?por qué no la telepolítica? Se ha aceptado el teletrabajo, a tal punto que hoy se está empezando a regular por ley el derecho laboral a la desconexión fuera del horario de trabajo establecido. Y, en la conversación cotidiana, vemos como algo absolutamente justificado y
natural dar prioridad al teléfono que suena, y al mensaje que llega, antes que
atender o seguir atendiendo a la persona con la que estamos estábamos hablando
o haciendo compañía. La telemedicina está sustituyendo la presencia del facultativo con bastantes expectativas "esperanzadoras" por su alcance espacial potencial, y por la rapidez de su intervención.
Tal vez, lo inquietante del argumento del candidato independentista radique en la potencialidad de instaurar una praxis política que suponga la capacidad para controlar al rival por fuera de un cauce directamente democrático. Introducir la pantalla es introducir un software; es decir, un tercero no neutral, un mediador tecnológico propiedad del grupo de intereses económicos concretos que sea. La presencia corporal del
otro siempre introduce la molesta variable de que el otro cuenta en la
comunicación. Estar presente quiere decir que está presente con el enigma de su deseo, con su
libertad, con su exigencia de respeto, y la posibilidad de réplica abierta en plano de igualdad. Uno de los desgastes más patentes operados por el neoliberalismo en la sociedad metamoderna es que, el
otro, el semejante, con su presencia y el aporte pulsional que supone en la
comunicación, es cada vez más molesto. Los medios telemáticos nos permiten
reducir a su estricta dimensión denotativa, su puro mensaje -aunque inevitablemente conserve cierta capacidad connotativa- a nuestro interlocutor, limitarlo a lo que dice en su espacio telemático concreto -tuits SMS, etcetera-, y que yo puedo
abrir, cerrar, responder, admitir, reenviar, bloquear, etcétera.
Tal vez estemos
asistiendo a la paradoja de la reinvención de la televisión en un nuevo plano de alcance. La invención y
desarrollo de la digitalización y el internet desbordaron e hicieron obsoleta
la unidireccionalidad de la televisión. Nació la interactividad multimedia. Sin
embargo, la participación masiva y asilvestrada de los internautas globales ha
empezado a ser una molestia y una amenaza para los poderes políticos/ideológicos. El comienzo de este año 2018 ya viene con el primer acto de control de la web
en los países democráticos a través de la pérdida posible de la gratuidad. Las
diferentes formas de control que se han ido implementando en las redes sociales
y en los accesos a Internet pueden concluir nuevamente en una nueva
unidireccionalidad comunicacional en los medios. Caminamos hacia una
nueva modalidad de concentración de emisores de contenidos, paralela a la
concentración del capital y del poder político que controlan.
Y aquí, tal vez a modo de complemento, viene el segundo aspecto: ya sea desde Bruselas, ya sea desde otro lugar, la acción política telemática permitiría la des-localización y, en buena medida, la i-localización de la sede desde donde se ejercería y emanaría el poder ejecutivo. Así, al anonimato de los poderes fácticos económicos que controlan la política, se uniría el anonimato de desde dónde proceden las órdenes ejecutivas de los gobernantes. La figura del fugado Puigdemont jugando a la des-localización para evitar la acción de la justicia, pude que nos esté anticipando un futuro de acción política telemática, donde los políticos implementen su capacidad de control sobre el adversario político, al tiempo que su capacidad de evitar el control sobre su acción ejecutiva.
1. El antecedente ocurrido en Polonia no es comparable ni por su intencionalidad, ni por su alcance operativo.
Y aquí, tal vez a modo de complemento, viene el segundo aspecto: ya sea desde Bruselas, ya sea desde otro lugar, la acción política telemática permitiría la des-localización y, en buena medida, la i-localización de la sede desde donde se ejercería y emanaría el poder ejecutivo. Así, al anonimato de los poderes fácticos económicos que controlan la política, se uniría el anonimato de desde dónde proceden las órdenes ejecutivas de los gobernantes. La figura del fugado Puigdemont jugando a la des-localización para evitar la acción de la justicia, pude que nos esté anticipando un futuro de acción política telemática, donde los políticos implementen su capacidad de control sobre el adversario político, al tiempo que su capacidad de evitar el control sobre su acción ejecutiva.
1. El antecedente ocurrido en Polonia no es comparable ni por su intencionalidad, ni por su alcance operativo.
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