Cita

jueves, 17 de noviembre de 2011

El uso canalla del lenguaje, 1.

"No se sabe qué se corrompe primero, 
si la realidad o las palabras”
Octavio Paz
Cuando un juez dice en su sentencia que llamar zorra a la esposa no es un insulto, porque "zorra" significa: animal astuto que...; cuando un responsable político del más alto nivel del PP dice que Fabra, imputado, acusado de múltiples delitos, es un político y ciudadano ejemplar... -o cuando dicen de Camps, implicado en otras corruptelas, que es el político más honesto...-; cuando un periodista/comentarista de uno de los principales periódicos nacionales dice que el presidente del gobierno participa de la misma estrategia que ETA; o cuando un dirigente del partido Republicano de los EEUU dice que Obama no nació en su país, por lo que está ilegitimado para ser Presidente.... en todos estos casos, nos encontramos ante una misma estrategia de terrorismo del lenguaje como arma política.
Recupero un artículo de F. Vallespín, del més de julio (El País), en el que trataba de entender el comportamiento del Partido Popular en el caso Camps. Se apoyaba en la ficción premonitoria de Orwell -1984-. En concreto, en la creación de la "neolengua" del partido único en el poder, y el "doblepensar", en el que aquella encontraba su lógica y su justificación. El "doblepensar" era una forma de pensamiento que permitía sostener dos opiniones contradictorias al mismo tiempo -en contra del principio de no contradicción, uno de los pilares del la estructura lógica de nuestro pensamiento-. Que este "neolenguaje" fuera el arma más refinada del partido único que acapara todo el poder en la república orweliana -ficción dedicada por su autor al estalinismo soviético-, da el mayor interés analítico para su proyección en la próxima realidad política española, cuando el PP asuma el gobierno de la nación, acaparando así, la práctica totalidad del poder Terrirorial del Estado (porque el próximo 20-N, acabaremos con el bipartidismo, por la vía de restaurar el partido único -eso sí, por la voluntad popular, la misma que considera (el 40%, CIS/noviembre) que el PP habría gestionado igual que el PSOE la crisis económica ¡¡¡¿?!!!).
Pero antes de entrar en este nivel de sofisticación esquizoide, está primero la mentira pura, la clásica, la de toda la vida. La mentira como forma de hacer política en las democracias occidentales ha dejado de ser la forma vergonzante de relacionarse el político de turno con el ciudadano, para convertirse en aquello que ya puede hacerse explícitamente, porque el ciudadano -mejor dicho: el votante-, ya no se lo toma en cuenta. Paradigma de esta relación de sometimiento acrítico, el votante del PP dió una espectacular prueba de su fidelidad electoral cuando aceptó, sin problema de ningún tipo, que Alfonso Rus se riera explícitamente de ellos, y les llamara "burros", por creerle y aplaudirle por una promesa electoral disparatada (mayo, 2007). Estos "burros" le han llevado a la alcaldía cinco veces.
El trabajo ideológico y de propaganda que posibilita y permite este estado de cosas es la fanatización de lo propio, y la demonización de lo ajeno. El clima social requerido es lo que los ideólogos neoconservadores llaman algo así como "la política basada en el desastre", sea este natural o humano. El mecanismo es simple, como simple es el mecanismo psico-social en el que se basa: una situación catastrófica genera socialmente un estado de temor/pánico, que debilita la conciencia de ser titular de derechos civiles y laborales en los ciudadanos que lo padecen. Ahí, el poder político puede encontrar la cobertura emocional de un apoyo político acrítico. Incluso la simple apelación a la catástrofe funciona psicológicamente en el imaginario colectivo de las sociedades. Aún resuenan en el eco de la Historia reciente, paradigmáticas de este argumento, las palabras del general De Gaulle: Moi, ou la catastrophe
Y, efectivamente, como si una mano negra hubiera querido que los neoconservadores americanos tuvieran "la catástrofe de su vida" -es decir, la catástrofe necesaria para su éxito-, inauguramos el tercer milenio con el ataque al WTC. Con la respuesta de occidente, quedó inaugurada la era de la mentira política globalizada en los países democráticos. Seguramente otra nota de la Metamodernidad. Nos mintió Bush. Nos mintió Blair. Nos mintió su amigo "Ansar". Nos mintieron también después, en otro momento catastrófico para la historia de la democracia española.Y si falla una vez, el error está en la insuficiencia de la significación catastrofista dada al hecho, la dosis insuficiente de miedo infiltrado en la sociedad. La primera legislatura de Rajoy en la oposición fue paradigmática de esa insistencia en el "todo va mal". ¡Qué tufo guerracivilista tienen sus maneras y sus actuaciones! ¡Cómo se les nota lo incómodos que están con el corsé democrático! ¡Que impudor cuando el poder se les escapa! ¡Qué naturalidad al reclamarlo como consustancial a su ser político!
Esta es una de las peores alienaciones del individuo en tanto actor social: el esencialismo histórico. Me refiero al desconocimiento consciente y/o la negación inconsciente de los elementos estructurales, y las dinámicas subyacentes que sostiene el fenómeno en el que se vive el día a día. A ello va unido la no consideración histórica del devenir humano. Las pasadas elecciones europeas fueron una pasmosa confirmación del predominio de esa ceguera , de esa ignorancia autodestructiva. En el momento más árido de la crisis mundial provocada por la ideología neoconservadora y sus políticas económicas neoliberales, resulta que el coro de los perdedores, en su mayor parte, o bien no votó, o bien lo hizo mayoritariamente por las opciones políticas que sostienen ese tipo de políticas fracasadas y claramente antisociales. ¿No es esto una denegación colectiva, un sí-pero-no?
Da la impresión que el nivel de des-ideologización  de la sociedad ha llegado a un nivel de generalización y de intensidad que los ciudadanos no consiguen ligar acontecimientos de órdenes diferentes, que permitan significar los hechos aparentes con sus determinantes subyacentes, ocultos, desplazados o metamorfoseados.
A partir de ahí, el uso de la mentira se ha desbordado. Y más cuanto más a la derecha escuches, sea el Tea-Party USA, sea el "TDT-party" español. En España, la mentira y el cinismo son el patrimonio moral de la derecha inventada por Aznar. La mentira de la derecha española ha encontrado en el insulto el complemento argumental necesario. El insulto es la catástrofe moral necesaria para hacer creíble la mentira vertida sobre el rival político. Deslegitimado moralmente por el insulto en tanto gobernante, político, o, simplemente, persona -¿se podrían recopilar los insultos de Rajoy al Presidente del Gobierno de la Nación, especialmente durante la primera legislatura de Zapatero?-, la mentira se hace creíble, casi necesaria para el oyente afín, que necesita participar de la realidad conveniente que su dirigente le dibuja. José M. Izquierdo a recopilado un florilegio de declaraciones de la derecha española en los medios de comunicación, y que ilustran bien esta estrategia de terrorismo verbal. Una estrategia que avergüenza, más que por que hayan sido escritas por sus autores -incluso por algún "filósofo", como Albiac-, avergüenzan por la acogida que tienen en tan amplias capas de ciudadanos que se tienen por demócratas.
Con el próximo triunfo en la elecciones generales, la derecha cerrará el círculo virtuoso de controlar todos los registros del estado. Seguramente, a partir de entonces, se avanzará en la perversión del uso del lenguaje, un escalón más, tal vez el último necesario. Nosotros trataremos de definir su esquema psicotizante. 
[Ver: 2012/05/ El-uso-canalla-del-lenguaje /2]

lunes, 14 de noviembre de 2011

Insistiendo en la omnipotencia materna: "El chico de la bicicleta".


La última película de los hermanos Dardenne -Le gamin au vélo- insiste en uno de los ejes capitales del cambio cultural de la metamodernidad: el colapso de la figura paterna. La película nos narra el desequilibrio psicológico que produce en un adolescente el rechazo de su padre a ejercer de tal. Rechazo que va quedando como rechazo explícito a medida que avanza la película. Pero también propone una solución.
La película está construida sobre cuatro decisiones de cuatro de sus protagonistas: el deseo decidido del joven de reencontrar a su padre (y recuperar su bicicleta); el de una mujer soltera en "maternizarlo"; el del padre, de desprenderse del hijo, y el del novio de aquella, de ocupar un lugar paterno como tercero en esa nueva situación de acogida.
Este último, precisamente, es quien decide el deseo de la mujer, cuando la pone en el brete de tener que elegir entre sostener su palabra de (en función de) "padre", o disculpar al joven en su comportamiento desafiante y transgresor. Y es ahí que la protagonista decide eligiendo como madre, en contra de su deseo de mujer. Esta elección plantea -una vez más- el enigma del lado del deseo femenino: ¿qué mueve a esta mujer a hacerse cargo de un adolescente de comportamientos psicopáticos? La narración no da ninguna pista de ello. 
Esto es lo que da a la película una orientación ideológicamente feminista -o, mejor dicho tal vez, feminizante-. No hace falta justificar las razones de la mujer. Basta su acto de maternaje, sus cualidades femeninas: su paciencia, su capacidad de acogida, su entrega, y, sobre todo, su capacidad de sacrificio. Aunque, tal vez, la razón materna se legitime, simplemente, en la insolvencia de unos hombres que se presentan como inmaduros, incapaces, cobardes con sus responsabilidades y compromisos adquiridos. Y, en consonancia con todo ello, también como unos egoístas infinitos.
En este sentido, el título de la película es esencial. La bicicleta es el significante fálico, significante del deseo para ese chico. Su búsqueda del padre y la búsqueda de su bicicleta son indisociables. Y, en una escena aparentemente anodina, aparece la mujer soltera restituyendo la bicicleta al joven, para, más tarde, enterarnos de que -lejos de haber sido robada-, fue el padre mismo el que la vendió a sus espaldas, para ganarse unas monedas (manera absolutamente indigna de ejercer su función). 
Que sea la mujer soltera la que restituye el falo al joven -además, en plena adolescencia; es decir, en un momento esencial en la reorganización de sus identificaciones masculinas-, nos da la medida de lo lejos que queda para este joven el entramado del deseo del mito edípico, operante en la cultura clásica del padre. En el reverso de la posición del padre, como tercero simbólico, entre una madre y su hijo, como objeto del deseo, la película nos muestra una mujer que se apodera del objeto del deseo que separó el padre (la bicicleta), para restituírselo al hijo. En  perfecta lógica pre-edípica, esto sellará, más adelante, la relación fálica entre el adolescente y esa mujer, relación dual, que se hará madre de ese joven por ese acto de restitución,  excluyente al mismo tiempo de la posibilidad de un padre para él, y un hombre, para ella.
Por si la figura del padre como transmisor de la ley no quedara ya suficientemente malparada en la trama principal, los Dardenne incluyen un pasaje en el que un padre -agredido por el joven protagonista-, "protege" de la ley a su propio hijo, cuando  éste cree haber matado al primero en una disputa vengativa, dándole así una lección de irresponsabilidad y cobardía frente a las consecuencias de sus actos. 
Se puede justificar la narración apelando a la realidad de la sociedad en la que vivimos. Seguramente el padre de este joven corresponda al tipo de adultescente (ver Neo-Lexicón), detectado por los sociólogos de la contemporaneidad. Lo que parece más discutible es la solución materna dada al problema de esta relación padre-hijo (adultescente-adolescente) por los directores de la película.
Frente a esta impotencia masculina -en una época en la que el falo no es más la referencia para organizar lo social-, se propone la omnipotencia materna -una fantasía infantil universal- en una sociedad que se feminiza rápidamente, y en la que el discurso de que los hijos pertenecen a las madres se ha convertido en discurso Amo. Sorprende enormemente en la argumentación de la película ver cómo, ante el efecto desestructurante que tiene la ausencia del padre para el joven -llega a colocar a un delincuente en ese lugar, con tal de que alguien lo ocupe en su vida-, la solución elegida por los realizadores sea colocar "una madre", que, además, como mujer, no es capaz de sostener la relación con el hombre con el que estaba, ante la llegada del adolescente. 
Y es una propuesta ideológica, porque el final de la película huye de cualquier dimensión trágica, épica, o al menos dramática, de la imposibilidad de ese hijo de tener su referencia paterna, para dejar constancia del efecto estructurante en lo psíquico, y apaciguador en lo social del maternaje triunfante. Indudablemente no es un Happy End tipo Hollywood, pero sí se sale de la película -después de las mil tribulaciones del chico insistiendo en callejones sin salida, y ensayando soluciones fallidas-, se sale, digo, con el alivio de que menos mal que el chico ha encontrado una mamá.
Terminaré con una pequeña observación de sociología de campo, como cotejo de todo lo anterior con la realidad cotidiana, y con el discurso común. Evidentemente, para el lector, la realidad de lo que sigue solo puedo fundarla en el crédito que se dé a mi palabra.
Mientras desayuno en la cafetería habitual, escucho una conversación. Son cuatro Guardias Civiles -lo que añade un plus de interés-, jóvenes. Uno de ellos es una mujer. Mientras toman sus bocadillos, hablan de sus proyectos personales.  Inevitablemente, por su edad -parecen estar alrededor de los treinta años-, surge la conversación de sus planes amorosos. Ella afirma entre risas, pero contundentemente: "Yo no pienso casarme... porque sé que me voy a terminar divorciando". Los tres varones presentes expresan de distinta forma el efecto en ellos de una afirmación tan determinista, al tiempo que pesimista. Pero, antes de que digan más, ella vuelve a tomar la palabra para afirmar: "Lo que sí tengo clarisimo es que voy a tener un hijo". Un aviso de una incidencia en una oficina bancaria termina apresuradamente con la conversación. 
Quedó anunciado: en un futuro no muy lejano, nacerá un nuevo niño, que no tendrá padre por la decisión de su madre. Yo me quedé pensando, ¿qué pasaría si, al igual que el legislador de la antigua Roma instituyó la figura del Pater patratus, para deslindar la función paterna del Pater genitore -el padre biológico-, el Derecho actual legislara en el sentido de garantizar a cada nacido el derecho a tener un padre? ¿No se nos llena a todos la boca de repetir que lo más importante es el bienestar y los derechos del menor?
[Ver: 2011/12/ Insistiendo-en-la-omnipotencia-materna /2]

viernes, 4 de noviembre de 2011

Del 15 M al 15 O.

En realidad, el título que quiero escribir es el siguiente: 
Del 15 Madrid, al 15 glObal
El movimiento local originario parece haber dado el salto a la globalización. El pronto eco que ha tenido en los EEUU, y la rápida extensión que ha tenido allí from coast-to-coast, puede que le dé su carta de residencia para quedarse entre nosotros ya de forma duradera. Afianzado en Europa, extendiéndose en USA, con importantes resonancias en los movimientos ciudadanos de los países árabes, parece haberse hecho ya un movimiento "Glocal". El lema: "Unidos por un cambio global", resonó en 961 ciudades de todo el mundo.
Si esto es así, el movimiento de los indignados será el primer movimiento de protesta y acción social de la MetaModernidad. Los movimientos sociales del siglo XX habían contado con los movimientos juveniles como vanguardias militantes -militares, en el peor de los casos-, al calor alienante de las identificaciones ideológicas. En las sociedades occidentales de la segunda mitad de aquel siglo, con la bonanza económica y la angustia nuclear, estallaron en mil variantes los movimientos juveniles ligados a la protesta lúdica, al goce de los primeros compases de una sociedad consumista, y a las nuevas alienaciones que venían de la mano de la cultura de masas, particularmente la música. La juventud se adueñó de la cultura. Y se adueñó por que la producía. Y al hacerlo, aparece como protagonista, sujeto de lo social.
Desde los años '80, la revolución neoconservadora retiró de la sociedad las movilizaciones populares, y orientó a las masas hacia el señuelo del bienestar económico. En España, la desmovilización de la sociedad vino de la mano del acceso a la democracia. Acabada la dictadura, cualquier movimiento ciudadano era sospechoso de conflictividad, y la transición exigía paz social -Pactos de la Moncloa-. El acceso al poder del socialismo terminó definitivamente con la protesta social, que quedó circunscrita a las luchas sindicales contra la reconversión industrial. La juventud española se orientó hacia una intensa renovación cultural -la movida-, que trataba de sacudirse más de una década de lucha política contra la dictadura, y de intensa exigencia ideológica en sus actitudes y compromisos. Los cantautores cedieron su escenario a los grupos pop -"...¡oh tú, sí tú!...el futuro ya está aquíiiiii"-. Lo que había llegado era la Post-Modernidad, y su propuesta de vida soft, light, etc -"...y yo caí, enamorado de la moda juvenil, de los chicos y las chicas que allí vi...".
La crisis de las ideologías dejaba planteada la paz social únicamente del lado del trabajo. El enriquecimiento vendría solo. La intensa creación de clases medias durante las tres décadas anteriores parecía confirmar que el trabajo aportaría la riqueza automáticamente, sin necesidad de una política de justicia distributiva. La multiplicación de los objetos de consumo alimentaban la convicción de un acceso real y democrático a una calidad de vida siempre in crescendo. La codicia dejó de ser pecado, y se legitimó el culto al dinero. La juventud tuvo acceso a los bienes de consumo con una rapidez y en una cantidad que fascinó a la sociedad -y más a una sociedad tradicionalmente pobre como la española. A cambio, durante todas estas décadas, la juventud  vio reducido su papel de actor social al de activo consumidor cultural, básicamente alienado al espectáculo de la música y del deporte, y al negocio de los video-juegos. Treinta años después, la pérdida de nivel de vida de las nuevas generaciones amenaza con haberse convertido en su futuro, y vuelve el fenómeno de la inmigración, aunque esta vez sea de alta cualificación académica.
Como movimiento cultural, el 15-M va a tener sus propias características por fuerza mayor de las condiciones de precariedad económica que afectan a los más jóvenes de ellos, que constituyen su base mayoritaria y más dinámica. Sin embargo, su cultura informática, y el acceso a las nuevas tecnologías posibilitado durante este tiempo, les permite un nivel de organización y de circulación de la información inimaginable para los movimientos sociales de los años '60 y '70. Organización y debate virtual, que preparan los encuentro ciudadanos, debates directos, y actos de protesta en la calle, que es el espacio ciudadano. Las dimensiones de las protestas espontáneas en el mundo árabe, han dado la medida de la capacidad de movilización social y transformación política de que son capaces movimientos nacidos en la base de las sociedades, cuando estas se sienten desvinculadas del pacto social que legitima la representación política, y por el que se sienten unidas a sus gobernantes.
En este sentido, también es el primer movimiento de la post-democracia, por la novedad que supone una acción política sin referencias en la teoría ni en la praxis. El "Que no, que no nos representan, que no", se refiere a un sistema político que parece no tener más futuro que el hecho de no tener alternativa. Desenmascarado ya el Mercado como el auténtico diseñador de las políticas mundiales, la acción de los gobiernos no aparece más que como su humilde ejecución, y los parlamentos como los vergonzantes legitimadores de las exigencias del capital. Para el 15 M vivimos una crisis sistémica, no porque  hayan quebrado los gigantes financieros que no pueden quebrar, o por las deudas soberanas que los estados no pueden pagar. Es la otra crisis sistémica, la de la legitimidad y la operatividad política de los estados democráticos, desvelada en su impostura por aquella otra financiera. 
Los indignados empiezan a ser apaleados en Wall Street, insultados por la extrema derecha institucional española -Aznar, E. Aguirre, Sánchez Dragó...-, temidos y codiciados como fuerza electoral por Cayo Lara y los socialistas. Son todas ellas buenas señales. Los ciudadanos indignados, los jóvenes particularmente, vuelven a ser sujetos nuevamente de lo político -que no de la política-. ¿Hay esperanza?