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jueves, 2 de abril de 2015

Leyendo a Piketty 2/3.

Cuando concluyó la primera década del siglo actual, el reportaje especial que el periódico El País dedicaba al periodo transcurrido, afirmaba que no se podría nombrar dicha década con ningún rótulo que pudiese describirla sintéticamente. Los atentados del WTC de NY, a pesar de su brutalidad, no dejaban de ser un hecho puntual que no podía calificar al conjunto de la Cultura global de la primera década del nuevo milenio. "2000-2009: Los años de nada", era el título elegido, y "... la década que dejamos atrás [...] lo que no tiene es ni nombre1", resumía la tesis del reportaje.
Tal vez faltaba la pequeña perspectiva necesaria para que el crash financiero que estallaba en ese final de década nos diera mejores titulares. El texto de Piketty nos proporciona uno de suficiente alcance y entidad, que califica un cambio cultural inédito en la historia, un cambio que supone una configuración social novedosa en la generación de la riqueza que distribuye a la sociedad en función de su capacidad económica: La era de los superejecutivos.



No es que se haya producido una sustitución absoluta de la riqueza patrimonial -rentas-, por aquella producida por los salarios, pero sí se podría hablar así teniendo en cuenta que hay que remontarse al 1% de la población más rica para que su riqueza proceda de las rentas patrimoniales. 
Es interesante notar la reversión a la que apunta este comienzo del siglo XXI respecto del anterior. El gran logro en la redistribución de la riqueza que aportó el siglo XX, tras la relativa tabula rasa que supusieron para Europa las tres décadas de conflictos armados y sociales -1914/1945-, fue la creación de una "clase media patrimonial", por la que el 40% de la población llegó a acumular el 35% de la riqueza -reteniendo el 10% de la población un 60%, y quedando el 5% restante para el otro 50% de la población-. Esto ha supuesto para Piketty "la transformación estructural  más importante de la distribución de la riqueza a largo plazo"2 en la historia, sobre todo si tenemos en cuenta que hace un siglo era el 90% de aquella la que detentaba el 10% de la población europea. 
La perspectiva de bajo crecimiento a largo plazo que inaugura el siglo XXI, amenaza de una forma definitiva el logro de aquel momento histórico de redistribución. Y no por un proceso mecánico, inexorable. En aquella época dorada, las políticas impositivas sobre el capital fueron un hecho central para que esta "democratización" de la riqueza se diera. Sin embargo, la globalización financiera, y la desregulación generalizada a partir de los años '80 del siglo pasado, han desencadenado una competencia feroz entre los estados para atraer inversiones, en una estrategia que tiene como horizonte la pura y simple supresión de los impuestos al capital3.
El escándalo que ha producido las ingentes retribuciones que se han llevado los altos ejecutivos que hundieron sus respectivas entidades bancarias son el paradigma del éxtasis de una avidez de acumulación, que solamente se explica en la legitimación ideológica de una "lógica" retributiva que abisma la diferencia salarial entre los superejecutivos y el precariado.
Como han mostrado los escandalosos casos de la banca americana y española -entre otras-, a partir de cierto nivel de la pirámide de remuneración, los directivos -también se da entre la clase política4- se asignan ellos mismo la cifra de sus emolumentos, sus bonus, complementos, incentivos -por más que a veces sean necesarios ciertos formalismos reglamentarios, institucionales, o la intervención de instancias colectivas de sus propias empresas o instituciones-. En la práctica, dichas retribuciones escapan a cualquier criterio objetivo, incluso a la usual noción de "productividad marginal individual", de utilidad en las escalas inferiores y medias de la producción. A medida que se asciende en la jerarquía directiva, las "funciones no duplicables" se van generalizado, por lo que es ilusorio poder medir la productividad diferencial entre dos directivos5
Se asume así una arbitrariedad, que deja la gobernanza de las empresas e instituciones a meced del criterio de factores básicamente ideológicos, los cuales pueden impregnar el sistema de creencias de una sociedad. Y es éste el que provee las normas sociales que sirven de marco "regulador" de la consideración social que se tiene de cuál es la aportación de cada colectivo a la generación de la riqueza real de un país concreto. La "revolución" neoconservadora anglosajona preparó a la sociedad convenientemente para tolerar la explosión de las diferencias salariales durante los años´80, exaltando la moral del éxito -tan arraigada en su cultura winner/loser-, al tiempo que se demonizaba a la clase obrera -denominados despectivamente chavs6 en Inglaterra- como autora de un parasitismo social que provocaba el lastre económico que se reflejaba en los balances del endeudamiento nacional. La "tasa marginal superior" del ingreso salarial había caído fuertemente en esas sociedades de la posguerra, por la fiscalidad instaurada en las décadas anteriores sobre "los ingresos considerados indecentes7", y las élites económicas reaccionaron ideológica y políticamente para producir la reversión del consenso social imperante por el que la riqueza debía de ir ligada al mérito en las sociedades democráticas.
Asistimos así a la instauración de una circularidad económico-política, por la cual, esa explosión de las remuneraciones a los altos directivos, les permite incrementar su influencia política sobre aquellos que pueden allanar las condiciones fiscales para perpetuar la progresión ilimitada en la generación de ese diferencial de rentas entre ese 10% de los más ricos, y el 90% del resto.

1. Viernes 27 de noviembre de 2009.
2. Cap. X, p.371.
3. Muestra de esta tendencia es el "escándalo" de las prácticas fiscales del señor Juncker -actual presidente de la Comisión Europea de la U.E.- con las grandes compañías multinacionales cuando era presidente de Luxemburgo.
4. Por ejemplo, leemos en "El Diario de Sevilla" (on line, 25/03/2015): "Un acuerdo 'secreto' del Parlamento andaluz subió el sueldo de los diputados en 2013 [...] Rectificaron un año más tarde [cuando lo aireó la prensa] Apenas tres meses antes [...] los diputados habían renunciado a cobrar la paga extra "en solidaridad" con los recortes salariales a los empleados públicos [...]"
5. Recordemos, solo a título de muestra, que Richard Fuld se llevó 480 millones $ por hundir Lehman Brothers, y Bob Diamon 50 millones € por hacer lo propio con Barclays Banc, en el crash financiero de 2008. El total en sueldos, primas, bonificaciones, incentivos, etc, de los super-ejecutivos que llevaron a sus entidades a la quiebra -o al borde de ella- se estimó en 80.000 millones $. 
6. Chavs: la demonización de la clase obrera, de Owen Jones, 2012.
7. Cf. p.369.