Cita

miércoles, 23 de octubre de 2013

Si votas, no eliges 3: La "interpasividad" como fundamento electoral.

Una colega se preguntaba hace poco a qué venía esta paz social, cuando el daño es tanto, para tantos, y -se prevée- para tanto tiempo. Si, efectivamente y tal como dice Chomsky, vivimos un estado de guerra -y no contra el terrorismo, sino por la agresión del famoso 1% que ha decidido cambiar las reglas del contrato social, y esquilmar los estados con protección social para sus ciudadanos-, no se entiende bien que los millones de desposeídos de todo, o de casi todo, así como las clases medias amenazadas de una precarización sin límite, y, particularmente, la juventud sin horizonte hagan alarde de una paciencia casi suicida.
Tal vez uno de los éxitos innegables de la UE no haya sido solamente la paz entre Francia y Alemania, y la estabilidad de las fronteras en centroeuropa, sino también la paz interior dentro de las fronteras nacionales. La desmovilización social es ahora el sinónimo de la paz social que en los años sesenta, setenta y ochenta era fruto de la negociación y el acuerdo entre intereses antagónicos, tras la lucha y la confrontación. Hoy, el miedo al aún peor, ha sustituido a la exigencia del aún mejor que nos orientaba en el siglo XX. Miramos afuera de  nuestras fronteras con el temor de que aquello que vemos lleguemos a serlo nosotros, sin atrevernos a sacar las consecuencias de los procesos históricos que estamos viviendo, y preferimos pensar en términos esencialistas, que no hay reversibilidad para las conquistas sociales logradas. 
Pareciera que la acción, en la sociedad metamoderna de las pantallas y las redes sociales, se esté desplazando a la interactividad on line. Sabemos de su provada eficacia para mover masas en cuestión de horas. Pero también sabemos que su efecto efervescente tiene mucho de champán, cuando no de gaseosa. Esta inter-acción social, instantaneizada por los recursos tecnológicos de que disponemos hoy día, puede aumentar el automatón del activismo social, y cegarnos con la falsa evidencia de que, para "hacer", hay que estar siempre en movimiento. Tanto desde la política como desde la clínica, conocemos lo operativa que se muestra la noción de "falsa actividad": los políticos conservadores la despliegan intensamente para que nada cambie, o la izquierda, cuando cae en una pseudo-actividad desorientada de acción sin reflexión; el parloteo del neurótico obsesivo para que nada de su deseo surja, o su actividad sin fin para que no se manifieste el deseo del otro. Es el "cambiar algo para que nada cambie", del protagonista de El Gatopardo, que ha llegado a definir toda una idea del hacer política de las clases dirigentes.
En el reverso de esa interactividad virtual -tan imagnaria muchas veces-, opera la noción de interpasividad (Robert Pfaller, 2003): en vez de hacer-con-el-otro, el otro hace/goza por nosotros, que nos dedicamos a otras cosas mientras tanto. En términos de política, las sociedades de la estabilidad social y la complejidad burocrática han infiltrado en su modus operandi la ideología del automatón electoral como fundamento democrático. La legitimidad a priori de ceder la representación a los electos tiene ya su descrédito en el recorrido real de un ejercicio marcado demasiado tempranamente por la corrupción y el engaño. Del lado del votante, su desmovilización política, sindical y social, parece confirmar lo insuperable de llegar a más que introducir la papeleta en la urna.
Sin embargo, la pasividad puede tener su valor positivo. Puede llegar a ser una acción de masas que tenga su eficacia política. Su potencial crítico, y su valor de acto político -es decir, de acción que puede posibilitar un cambio real-, consiste paradójicamente en "no hacer", en retirarse como interlocutores de ese automatismo político-electoral que solamente sostiene la legitimidad de los que saben que van a ganar, de los que saben que no pueden dejar de ganar, porque el sistema está diseñado para ello -pensemos en la última aberración del sistema, que consiste en otorgar, de forma directa y automática, un plus de escaños al partido ganador de las elecciones, más allá de los que le corresponderían por su número de votantes (Grecia, Italia). 
Producir un vacío en la convocatoria electoral supone descompletar el todo del Sistema en la medida suficiente como para preparar la posibilidad de un cambio. Paradójicamente, supone retirarse de la posición de ser agentes pasivos de la legitimación de quienes gobernarán en nuestra contra -ellos gozan, mientra los demás trabajamos/obedecemos-. Es un acto de contestación sistémico. No se trata de no votar a este o al otro. O de no votar nunca más. Se trataría de una "negación afirmativa", de un retirarse para cuestionar y hacer repensar ese automatismo formal en el que venimos participando burocráticamente, hipotecados por las recientes experiencias traumáticas de los autoritarismos genocidas del siglo pasado. Rechazar la dictadura como forma de gobierno, no tiene porqué convertir en tabú la crítica de "la democracia realmente existente", la que hacen los Rajoy, Obama, Cameron, Merkel, Berlusconi, etc.
Imaginemos por un momento: ¿realmente, el señor Rajoy podría esconderse tras su mayoría absoluta -como lo hace continuamente, sobre todo cada vez que incumple su programa electoral-, si la cifra de concurrentes a las elecciones no hubiera alcanzado el 30% del electorado?