Cita

jueves, 16 de febrero de 2012

No sirve, o no basta.

La reforma laboral recién aprobada por el gobierno conservador español avanza definitivamente en la deconstrucción de uno de los grandes pactos en los que se asienta la cultura de la paz social europea, la otra pata que, junto al estado de derecho, hicieron de la UE una referencia Cultural en el mundo –no solamente económica o política-. En lo que tiene de labor de derribo, supone también un ataque al sistema de valores implícito a la sociedad que organiza su forma de vida y de convivencia en función de lo así logrado.
Hay que recordar que el sistema capitalista –en tanto modo de producción- vino para quedarse, pero es joven y, seguramente, no es eterno. Quiero decir, que cuando comienza su andadura lo hace en un terreno en el que los valores que articulan lo social no le son propios, ni le corresponden. Más bien al contrario: el humus axiológico en el que surge le va a suponer una rémora más que un nutriente. Inexorablemente, entrará en conflicto con todos ellos.
Sabemos que el ritmo de la economía capitalista se mueve en los tiempos cortos de la historia, mientras que los tiempos de las modificaciones de los valores culturales se mueven al ritmo de los tiempos largos de la historia. Esta asincronía entre axiología y economía es esencial en la producción sistémica del malestar en la cultura. Z. Bauman (2011) recupera el análisis de M. Weber sobre el origen del capitalismo para dar cuenta del rango de fractura social en el que nos vamos adentrando. Ya en aquel inicio, la lógica de la optimización del beneficio surgió como el que llegaría a ser el único valor vinculante de lo social, si no respetable, sí a respetar, simplemente porque se impone. La ética doméstica y religiosa del antiguo régimen fue quedando para la memoria de los viejos, y las añoranzas de los melancólicos.
Así, cuando el capitalismo empieza con sus revoluciones industriales a mediados del XVIII, el sistema de valores que se encuentra es el que articula una economía doméstica, gremial y agrícola, que sirve en un mundo rural, estable y localista. Ninguna de las tres conviene al sistema de relaciones laborales que necesita el capitalismo. Incluso el esclavismo –tan apropiado para producir la acumulación originaria de plusvalía que necesita el capitalismo para su despegue- termina en convertirse en una rémora en la explotación neta de la mano de obra del proletariado. El esclavismo –a pesar de toda su brutalidad- participaba del espíritu familiar y paternalista de un tiempo en el que éste era el referente mayor de las formas de relación social.
El tijeretazo que mete el capitalismo en la urdimbre social y cultural en la que nace y se desarrolla tiene que venir a ser zurcido por la construcción geopolítica de los estados nacionales, y la lenta y dolorosa conquista de las libertades democráticas y los derechos laborales. La hipótesis de Bauman es que, en este momento, nos encontramos ante un nuevo tijeretazo infringido esta vez por el capitalismo globalizado, que está modificando radicalmente los pactos logrados por el capital y el trabajo en el marco de las democracias parlamentarias. Este nuevo tijeretazo también está destrozando el sistema de valores que las sociedades habían excretado como bálsamo para aliviar y lubricar las fricciones inherentes al encuentro de sus intereses contrapuestos. Y, tal y como en aquel entonces sufrieron nuestros ancestros del XIX, estamos sufriendo el equivalente de desigualdad económica, exclusión social, angustia y desconcierto acerca de un futuro difícil de anticipar por la falta de referencias pretéritas, e inmersos en un presente en el que las innovaciones se producen a tanta velocidad, que parece ya su futuro.
Tiempo, pues, de crisis, caótico, desconcertante, variable, impredecible, en el que los protocolos y las pautas culturales que hemos venido observando, porque se mostraban útiles y eficaces en los últimos lustros, han dejado de orientarnos en la respuesta adecuada  a las viejas preguntas éticas del qué, cómo y cuándo hacer. 
No sirve, o no basta el estado nacional en el concierto mundializado de las empresas multinacionales y deslocalizadas. No sirve, o no basta la política en el imperio de los mercados, y en una sociedad descreída de cualquier discurso ideológico. No sirve, o no basta la democracia como gestor de las relaciones y los desequilibrios sociales. No sirven, o no bastan los medios de comunicación para una ciudadanía emancipada de las servidumbres de la voz de su amo, y que ahora genera su propia información, se auto-convoca, discute y se organiza a golpe de red social. No sirve, o no basta la institución religiosa para un sujeto que quiere gozar aquí, ahora y ya, y para el que su objeto es mercancía, y no un Ideal localizado en un mañana improbable o incierto. No sirve, o no basta un ejército que no puede ofrecer el ideal de una patria y una frontera en un mundo donde el enemigo lo es solamente de intereses, está en el exterior y en el interior al mismo tiempo, y se desplaza por espacios inmateriales, y a velocidades próximas al instante. No sirve, o no basta la función paterna como referencia para una familia que se multiplica en insospechadas posibilidades combinatorias en todos sus niveles, variaciones que abarcan desde las múltiples posibilidades de concebir a los hijos, hasta la diversificación en las formas de alianza para combinar los cónyuges y mezclar los miembros de las familias. No sirve, o no basta el entramado sindical, desgastado en mil batallas y otros tantos pactos y componendas con los amos del capital, en una sociedad que ha adelgazado sus tramas sociales casi hasta su atomización en los individuos que la componen.
Ahora toca vivir el tiempo de la incertidumbre. Por un tiempo. Tal vez, bastante tiempo. Este trabajo de deconstrucción al que se viene aplicando intensamente la “revolución” neo.conservadora, puede formar parte de un proceso dialéctico. Estaríamos así en el mejor de los escenarios: las fuerzas del capital y el trabajo, después de un nuevo proceso histórico de tensiones y conflictos, llegan a un nuevo pacto que estabilice las relaciones laborales.
El peor escenario tendría que ver con el final, la extinción de otro de los movimientos dialécticos en los que se ha asentado la Cultura occidental en los últimos dos siglos, avanzando así hacia una cultura unidimensional en lo social, mono-discursiva en lo ideológico, y autoritaria en lo político y lo económico.
Pero queremos creer que también esta vez lo social sabrá crear los mediadores culturales adecuados, para que los vencidos puedan seguir teniendo su lugar al sol.