Cita

sábado, 3 de septiembre de 2011

Lo contemporáneo de Antonio López, artista.

Desde que S. Freud recuperase 
lo siniestro de entre las categorías marginales de la estética (1919), su uso en la lectura y la apreciación del arte desde el Romanticismo a nuestros días, no ha dejado de revalorizarse en la crítica cultural. Ha resultado particularmente apropiado para abordar la comprensión de las vanguardias del arte  contemporáneo, después del agotamiento de la Abstracción y el Pop-Art. El último cuarto del siglo XX, ya desprendido de la exigencia de la belleza como requisito de la obra de arte, empujó la creación hacia fronteras más acordes con una estética para la  nueva sociedad que se estaba gestando, y que no tardaríamos en llamar “globalizada”.
Como en toda frontera, el lado de allá linda con lo desconocido. Del lado de acá, nuestras certezas habituales, nuestro confort. Una frontera siempre tiene la topología de una Banda de Moebius. Y el reverso de la Belleza parece que no podía ser otro que lo Siniestro, igual que nos inquieta lo que hay al otro lado de la puerta de casa –tanto cuando entramos, como cuando salimos de ella-. El filósofo E. Trías –retomando la orientación freudiana- nos ha dejado un pequeño ensayo sobre este par dialéctico, imprescindible para quien se interese por el tema.
Lo siniestro, pues, es lo que permanece oculto en lo que es más conocido por nuestra conciencia, lo que va cosido en el dobladillo de nuestras certezas. Y debe de permanecer así, para que podamos seguir contando con la tranquilidad necesaria en nuestras vidas. Cuando lo que siempre habíamos dado por cierto, por conocido, por habitual empieza a dejar de serlo, muestra alguna faceta inesperada y desconocida, el efecto de lo siniestro hace presencia. Y nos angustia. Y si algo define el arte contemporáneo y la sociedad globalizada del comienzo del tercer milenio es la irrupción de lo desconocido en lo que hasta hoy nos había sido familiar, desde hace siglos.
Confrontarse con la pintura de Antonio López tiene el riesgo de quedarse fascinado por su realismo. Es una especie de alter ego del Dalí sur-realista. Como este, su virtuosismo como dibujante, el preciso apoyo que le presta el color, su dominio técnico de la perspectiva y de los juegos de luz, hacen del espectador un seguro cautivo del efecto de conjunto, desde la primera mirada, así como, más tarde, en el sinfín de detalles que lo componen.
Esta primera mirada, la mirada narcisista por la que nos complacemos en reconocer lo ya conocido, se agota bastante rápidamente en el recorrido de una exposición como la que nos presenta el museo Thyssen de Madrid (2011). La complacencia estética del primer momento va dejando paso a cierta desazón que anuncia el efecto siniestro de aspectos repetitivos, transversales a su obra -oleos, dibujos, esculturas-. El ordenamiento temático de la muestra incide en ese primer efecto siniestro: la repetición de lo mismo, el efecto inquietante del “esto ya lo he visto antes”. El cuadro de la Gran Vía, el de las 6’30hs, es el clímax y el compendio de lo que han sido casi 50 años pintando lo mismo.
Y, como tantas veces sucede, una particularidad, una anomalía en la monotonía de la repetición parece darnos la prueba del nueve de este eje mayor de su obra: su pintura Atocha, de 1964. Este modesto cuadro representa, como tantos otros, una calle de Madrid, y, como siempre, vacía… si no fuera porque dos figuras blancas aparecen follando directamente sobre el asfalto. A lo sorprendente de la composición se une rápidamente el efecto inquietante, siniestro que trasmiten esos dos cuerpos rígidos, como los de los amantes encontrados en Pompeya y Herculano, blanquecinos, como si la ceniza del volcán hubiera llegado también a Madrid, muchos siglos después, para cubrirlos, una vez que los gases hubieran matado a todos los habitantes de la ciudad dentro de sus casas.

 De un artista que lleva creando cincuenta años, siempre se espera tener que hablar de las distintas etapas de su creación. Antonio López ha atravesado medio siglo sin participar en la multitud de movimientos y tendencias que se han sucedido durante todo este tiempo. Fiel a su realismo, fiel a sí mismo, fiel a su fantasma, ha insistido en representar la soledad y la muerte. Hasta los objetos están "inanimados": esa maravillosa alacena tiene una quietud funeraria. Pero también ese niño en el capazo no se distingue de un niño amortajado-.
Sun Yuan, Instalación, 2000.
Su lentitud trabajando las obras, su dificultad para terminarlas hablan de una difícil relación con el paso del tiempo. Intentar detenerlo es una forma de manejarse con ello. Anticipar el resultado final -el deterioro y la muerte-, es otra. Ambas las encontramos en su trabajo creador. La primera en la realización. La segunda en la elección de los temas.
Todo en su obra le hace un clásico. Pero es esta pregunta por lo real de la muerte lo que le hace contemporáneo.


1 comentario:

  1. Efectivamente, la relexión artística sobre el paso del tiempo suele comportar insatisfacción, que no sin lógica puede (aunque no creo que deba necesariamente ser así) desembocar en lo siniestro. Recordemos que "Siniestro: Infeliz, funesto o aciago"(D.R.A.E.)". A mi modo de ver, la mirada de A.L. "redime" en algún sentido esta insatisfacción a través de una visión epifánica (en el sentido que le dio James Joyce) del mundo.

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