Cita

lunes, 14 de noviembre de 2011

Insistiendo en la omnipotencia materna: "El chico de la bicicleta".


La última película de los hermanos Dardenne -Le gamin au vélo- insiste en uno de los ejes capitales del cambio cultural de la metamodernidad: el colapso de la figura paterna. La película nos narra el desequilibrio psicológico que produce en un adolescente el rechazo de su padre a ejercer de tal. Rechazo que va quedando como rechazo explícito a medida que avanza la película. Pero también propone una solución.
La película está construida sobre cuatro decisiones de cuatro de sus protagonistas: el deseo decidido del joven de reencontrar a su padre (y recuperar su bicicleta); el de una mujer soltera en "maternizarlo"; el del padre, de desprenderse del hijo, y el del novio de aquella, de ocupar un lugar paterno como tercero en esa nueva situación de acogida.
Este último, precisamente, es quien decide el deseo de la mujer, cuando la pone en el brete de tener que elegir entre sostener su palabra de (en función de) "padre", o disculpar al joven en su comportamiento desafiante y transgresor. Y es ahí que la protagonista decide eligiendo como madre, en contra de su deseo de mujer. Esta elección plantea -una vez más- el enigma del lado del deseo femenino: ¿qué mueve a esta mujer a hacerse cargo de un adolescente de comportamientos psicopáticos? La narración no da ninguna pista de ello. 
Esto es lo que da a la película una orientación ideológicamente feminista -o, mejor dicho tal vez, feminizante-. No hace falta justificar las razones de la mujer. Basta su acto de maternaje, sus cualidades femeninas: su paciencia, su capacidad de acogida, su entrega, y, sobre todo, su capacidad de sacrificio. Aunque, tal vez, la razón materna se legitime, simplemente, en la insolvencia de unos hombres que se presentan como inmaduros, incapaces, cobardes con sus responsabilidades y compromisos adquiridos. Y, en consonancia con todo ello, también como unos egoístas infinitos.
En este sentido, el título de la película es esencial. La bicicleta es el significante fálico, significante del deseo para ese chico. Su búsqueda del padre y la búsqueda de su bicicleta son indisociables. Y, en una escena aparentemente anodina, aparece la mujer soltera restituyendo la bicicleta al joven, para, más tarde, enterarnos de que -lejos de haber sido robada-, fue el padre mismo el que la vendió a sus espaldas, para ganarse unas monedas (manera absolutamente indigna de ejercer su función). 
Que sea la mujer soltera la que restituye el falo al joven -además, en plena adolescencia; es decir, en un momento esencial en la reorganización de sus identificaciones masculinas-, nos da la medida de lo lejos que queda para este joven el entramado del deseo del mito edípico, operante en la cultura clásica del padre. En el reverso de la posición del padre, como tercero simbólico, entre una madre y su hijo, como objeto del deseo, la película nos muestra una mujer que se apodera del objeto del deseo que separó el padre (la bicicleta), para restituírselo al hijo. En  perfecta lógica pre-edípica, esto sellará, más adelante, la relación fálica entre el adolescente y esa mujer, relación dual, que se hará madre de ese joven por ese acto de restitución,  excluyente al mismo tiempo de la posibilidad de un padre para él, y un hombre, para ella.
Por si la figura del padre como transmisor de la ley no quedara ya suficientemente malparada en la trama principal, los Dardenne incluyen un pasaje en el que un padre -agredido por el joven protagonista-, "protege" de la ley a su propio hijo, cuando  éste cree haber matado al primero en una disputa vengativa, dándole así una lección de irresponsabilidad y cobardía frente a las consecuencias de sus actos. 
Se puede justificar la narración apelando a la realidad de la sociedad en la que vivimos. Seguramente el padre de este joven corresponda al tipo de adultescente (ver Neo-Lexicón), detectado por los sociólogos de la contemporaneidad. Lo que parece más discutible es la solución materna dada al problema de esta relación padre-hijo (adultescente-adolescente) por los directores de la película.
Frente a esta impotencia masculina -en una época en la que el falo no es más la referencia para organizar lo social-, se propone la omnipotencia materna -una fantasía infantil universal- en una sociedad que se feminiza rápidamente, y en la que el discurso de que los hijos pertenecen a las madres se ha convertido en discurso Amo. Sorprende enormemente en la argumentación de la película ver cómo, ante el efecto desestructurante que tiene la ausencia del padre para el joven -llega a colocar a un delincuente en ese lugar, con tal de que alguien lo ocupe en su vida-, la solución elegida por los realizadores sea colocar "una madre", que, además, como mujer, no es capaz de sostener la relación con el hombre con el que estaba, ante la llegada del adolescente. 
Y es una propuesta ideológica, porque el final de la película huye de cualquier dimensión trágica, épica, o al menos dramática, de la imposibilidad de ese hijo de tener su referencia paterna, para dejar constancia del efecto estructurante en lo psíquico, y apaciguador en lo social del maternaje triunfante. Indudablemente no es un Happy End tipo Hollywood, pero sí se sale de la película -después de las mil tribulaciones del chico insistiendo en callejones sin salida, y ensayando soluciones fallidas-, se sale, digo, con el alivio de que menos mal que el chico ha encontrado una mamá.
Terminaré con una pequeña observación de sociología de campo, como cotejo de todo lo anterior con la realidad cotidiana, y con el discurso común. Evidentemente, para el lector, la realidad de lo que sigue solo puedo fundarla en el crédito que se dé a mi palabra.
Mientras desayuno en la cafetería habitual, escucho una conversación. Son cuatro Guardias Civiles -lo que añade un plus de interés-, jóvenes. Uno de ellos es una mujer. Mientras toman sus bocadillos, hablan de sus proyectos personales.  Inevitablemente, por su edad -parecen estar alrededor de los treinta años-, surge la conversación de sus planes amorosos. Ella afirma entre risas, pero contundentemente: "Yo no pienso casarme... porque sé que me voy a terminar divorciando". Los tres varones presentes expresan de distinta forma el efecto en ellos de una afirmación tan determinista, al tiempo que pesimista. Pero, antes de que digan más, ella vuelve a tomar la palabra para afirmar: "Lo que sí tengo clarisimo es que voy a tener un hijo". Un aviso de una incidencia en una oficina bancaria termina apresuradamente con la conversación. 
Quedó anunciado: en un futuro no muy lejano, nacerá un nuevo niño, que no tendrá padre por la decisión de su madre. Yo me quedé pensando, ¿qué pasaría si, al igual que el legislador de la antigua Roma instituyó la figura del Pater patratus, para deslindar la función paterna del Pater genitore -el padre biológico-, el Derecho actual legislara en el sentido de garantizar a cada nacido el derecho a tener un padre? ¿No se nos llena a todos la boca de repetir que lo más importante es el bienestar y los derechos del menor?
[Ver: 2011/12/ Insistiendo-en-la-omnipotencia-materna /2]

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este comentario de "Le gamin au vélo". Tuve la oportunidad de ver la película dos veces, la segunda de las cuales en presencia de los hermanos Dardenne, y a los que tuve, además, la fortuna de conocer en Lovaina hace unos años, en un acto académico donde les nombraron "doctor honoris causa". En mi pésimo francés alcancé a formularles una pregunta acerca de cierta melancolía que yo percibía en su filmografía; una melancolía no solo inscrita en la mirada de sus personajes -desasistidos de un soporte, a modo de tradición o legado, pero enfrentados a la necesidad de tomar decisiones radicales sin asidero alguno-, sino de la propia mirada de los cineastas. El caso es que, en esta última película, hay, en efecto, un motivo que da que pensar: la presencia de los hijos como un objeto de deseo, y de elección, devenidos "derecho", no solo en el orden personal sino en el social; algo así, y por decirlo de un modo, quizá desacertado, los hijos como una especie de "deseo despótico" que se proyecta, en el horizonte vital y personal, con total independencia de las condiciones que, el ejercicio de toda paternidad (en el hombre y en le mujer) parece reclamar. Del mismo modo que cierto romanticismo hace del amor un ideal en busca de un sujeto que lo encarne (aunque lo que importa y vale siempre es ese ideal o representación del amor que el sujeto se construye), en este caso el hijo deseado quizá no es más que la excusa que permite encarnar nuestros propios ideales abstractos de maternidad/paternidad. Atentamente, Fernando Bárcena.

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