Cita

miércoles, 28 de septiembre de 2011

En el 3er Aniversario de Lehman y sus hermanos apandadores.

Este mes de septiembre "celebramos" el tercer aniversario de la quiebra financiera de Lehman Brothers, bancarrota que lanzó la crisis económica que aún golpea a occidente.

Sabemos que "la única solución" para evitar el colapso mundial consistió en que los gobiernos inyectasen millones y millones de dólares del erario público, a bancos y empresas estratégicas en crisis. 

Ante tal derroche de generosidad  con "los malos", algunos pensaron que sería más justo subvencionar a las víctimas de la codicia de aquellos. Colmados de merecida indignación, se entretuvieron en hacer una simple división entre el montante total de las "ayudas", y el número total de los habitantes del planeta.

El cociente de tan sencilla operación arrojó una cifra enormemente impactante, y que, inevitablemente, nos hizo soñar a todos: cada habitante de la tierra podría haber recibido 115 millones de dólares. ¡Cómo no soñar con una bonificación así!

De pronto, al día siguiente del estallido de la crisis, los ciudadanos de todos los paises del mundo se despiertan millonarios en dólares. No digamos las familias del "tercer" mundo, con diez hijos o más. Una lógica de apariencia sólida nos haría pensar que las personas, ante un excedente de renta como ese respecto a sus gastos corrientes o extraordinarios, se dirigirían a los bancos para ingresarlo. Con lo cual, los bancos recobrarían la liquidez, cuya falta parecía asfixiarlos. Ya tenemos, pues, a los ciudadanos sin deudas, y a los bancos recapitalizados -que parece ser de lo que se trataba-. Los bancos ya tendrían capital para prestar a las empresas, y estas podrían volver a llamar a los trabajadores para continuar con la producción. Pero...

Tal vez aquí empieza a desmoronarse esta lógica tan atractiva. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de los trabajos no se realizan de manera vocacional ¿quién se levantaría de la cama al amanecer -como siempre-, para ir a colocar ladrillos o envasar sardinas, teniendo en el banco más de un centenar de millones de dólares? Veríamos, por ejemplo, enormes colas de magníficos automóviles esperando en las gasolineras porque no hay combustible, porque no hay nadie que quiera cargar el camión cisterna, y conducirlo a la gasolinera, y descargarlo en sus depósitos. En realidad, tampoco la inmensa mayoría de los nuevos ricos podrían comprarse sus coches soñados, porque, una vez agotado el stock -si es que algún vendedor acudió a su puesto de venta-, las empresas no habrían podido producir más, porque sus trabajadores ahora querrían comprarlos, y no hacerlos.

Sin embargo, los más codiciosos estarían dispuestos a algunos negocios o trabajos. Pero, sabiendo la riqueza de sus clientes o empleadores, dispararían la inflacción de una forma incontenible. Es decir, que el-solo-querer-gozar de una riqueza universalizada, llevaría  a la civilización a un colapso inicial por falta de producción. Ricos sin tener para comprar, habría que pagar sumas astronómicas a los que se prestasen a trabajar en campos, fábricas, oficinas y comercios, en una locura inflacionista que, a no mucho tardar, iría generando las masas de desposeídos, y las minorías de acumuladores que ya conocemos, poniendo nuevamente las cosas "en su sitio". En el mejor de los casos, tal vez antes de volver a quedarse sin nada, solo con su fuerza de trabajo, esa masa de fugaces nuevos ricos habría podido disfrutar de sus quince minutos de pleno pulsional.

 ¡Qué sabios son nuestros gobernantes! Dándoles la pasta de entrada a los Bancos, nos han ahorrado tiempo y disgustos a todos. ¡Qué pesadilla!

martes, 20 de septiembre de 2011

En el 10º aniversario: Dos anacronismos.

Visitando Rennes, en la Bretaña francesa, y al conocer la pequeña historia del pavoroso incendio que sufrió la ciudad en el siglo XVIII, me vino a la mente el aniversario de la destrucción del World Trade Center.
El atentado a las Torres Gemelas participa de la paradoja de ser un hito del nuevo mundo globalizado, realizado a partir de una carga simbólica medieval.
Desde la mítica Torre de Babel, símbolo de la soberbia humana contra Dios, hasta las Torres Petronas de Kuala Lumpur, las torres dibujan la cartografía del poder a lo largo de la geografía y de la historia. En el nuevo mundo globalizado, el desplazamiento del poder económico hacia la cuenca del pacífico ha venido inmediatamente acompañado de la proliferación de torres-rascacielos en las nuevas potencias económicas del mundo. Los típicos barrios horizontales de Beijín, pegados al sueldo, y de callejones estrechos, han sido arrasados para dejar espacio a las construcciones verticales que rivalizan con las de Shangai en número y altura. La nueva Revolución Cultural ha elegido el rascacielos como signo de poder económico, en la mejor tradición simbólica de occidente.
La torre participa esencialmente -en el imaginario cultural- de la atribución fálica: crece desde su base, desafiando la gravedad, y apunta al lugar de la morada del Dios todopoderoso. Es potencia. Por ello es poder. Lo representa.
Pero la altura de su cima no es solamente la exhibición de su potencia fálica, referencia de poder para los posibles rivales. No es solamente una altura para ser visto. También es una altura desde la cual ver. Es decir, vigilar. Es desde la altura que “Dios lo ve todo”. Es desde la altura que el ave domina vigilando a su presa. Cuanta más altura, más horizonte vigilado, hasta lograr completar su curvatura con la tecnología espacial. Es desde la altura que los satélites de Google nos localizan, o muestra nuestra casa en cualquier rincón del planeta en el que esté. Si en otro tiempo hubo que multiplicar las torres vigía para advertirnos de la presencia del extraño, hoy ya no hay cara oculta en la esfera tierra. Ya no hace falta que gire para mostrar su reverso.
Los tres estamentos tradicionales en las sociedad poseían cada uno la torre que simbolizaba su poder propio. Para el poder militar, la torre de su castillo, torre del homenaje, lugar que solía albergar al señor feudal. Para el poder religioso, la torre del campanario de la iglesia -aunque en el bajo Medievo la altura de las catedrales góticas rivalizaba con ellos, o la altura y sus cúpulas a partir del Renacimiento. En la religión islámica los minaretes cumplían el mismo objetivo simbólico .Por eso es tan potente la imagen de aquella frase del hoy primer ministro turco Erdogan, cuando compendió en ella todo su ideario de identidad política, religiosa y militar: él -como representante del poder civil-, apelaba a los minaretes de las mezquitas -poder religioso-, como los misiles del islam –poder militar-.
El poder civil también tiene su torre. En la historia de la región de Flandes, Valonia y el noroeste de Francia, la torre que representaba este poder civil, logrado a partir de la conquista de las libertades y derechos civiles contra el poder militar y religioso, era el beffroi. A medida que los burgos se liberaban del yugo feudal erigían sus beffroi, cuya campana no repicaba para rezar, sino que señalaba hechos civiles, y entre sus muros se ubicaban dependencias burocráticos ligadas al ejercicio de los derechos y la administración de sus ciudadanos. Hoy en día son Patrimonio de la Humanidad precisamente por su valor simbólico en aquellaemergente independencia cívica”, a la que lograron llevar a un grado de democracia “de gran significado en la historia de la Humanidad”. 
Beffroi de Tournai, Valonia.
En la historia de España tenemos un ejemplo princeps de la enorme carga simbólica de la arquitectura de la torre. También en el momento de un cambio cualitativo en la estructura del poder político de la península, se dio el desmochamiento de las torres señoriales -casas y palacios- de Cáceres, como castigo real por haber tomado partido por la aspirante al trono -Juana la Beltraneja- en la guerra civil de Castilla, en el siglo XV, frente a la finalmente triunfadora Isabel I.
La elección de derribar las Torres Gemelas obedece pues, a la misma lógica que la prohibición de erigir minaretes en algunos países europeos No se impide la libertad de culto, pero sí el símbolo de este poder religioso en el espacio cultural de la otra religión. Las Torres Gemelas poseía una enorme carga simbólica en este sentido. Eran la mejor realización de la representación del poder civil-económico de la gran potencia de todo el siglo XX. Desde su doble altura -las Torres Petronas también son dos, y también gemelas-, atraían la mirada ad-mirada del resto del mundo. Y desde ella, el poder imperial USA vigilaba el orden mundial surgido de su hegemonía militar y económica.
El derribo del WTC quería corregir el anacronismo que empezaban a ser en el cambio de milenio, como símbolo de un poder mundial que ya se estaba desgajando hacia oriente, y convirtiéndose en multipolar. En las últimas décadas, nuevos beffroi van surgiendo por doquier en las diminutas monarquias oligárquicas del Golfo pérsico, en el gigante chino, o en el populoso sudeste asiático, sin que signifiquen, en cambio, un avance en las libertades democráticas de aquellos pueblos. Son los beffroi del siglo XXI, castrados de su componente simbólico de conquista de derechos y libertades ciudadanas, solamente les sostiene la ostentación del poder del capital triunfante.