Sin considerar el eterno problema del conflicto palestino-israelí, la estrategia geopolítica de los EEUU en Oriente Medio entró en declive con el fracaso del intento de imponer la occidentalización económica y social en la entonces Persia de Sha Reza Palhevi. El eje Arabia Saudí – Persia, garantizaba la estabilidad política en la zona, y el abastecimiento energético de occidente. La reacción esperable fue el retorno de la tradición cultural suplantada con la carga más conservadora posible, fanatizada en lo religioso, intransigente en lo social, ultranacionalista en lo político, militarista en lo internacional. Fue un fracaso imprevisto para occidente en lo que se entendía como el triunfo mundial del modelo capitalista fuera del área de influencia soviética. Roto dicho eje, la necesidad de una reorganización de la estrategia en la zona encontró un nuevo fracaso en el intento de debilitar el régimen de los ayahtolás a través del apoyo al Irak de Sadam en la sangrienta guerra de ocho años, que quedó en tablas.
La primera Guerra del Golfo introdujo una nueva variable al ser dentro de la propia comunidad árabe donde estalló el conflicto que hacía peligrar el statu-quo en la propiedad de las reservas de petróleo. La intervención limitada de los EEUU y “aliados” no fue más allá de restablecer el statu-quo ante. Sin embargo, la necesidad de “reordenar” la zona empezó a tener un carácter de necesidad, que llegó a la urgencia tras los atentados del 11-S. Afganistán se incorporó así al puzzle de Oriente Medio. El éxito norteamericano a cuenta del fracaso soviético se tornó rápidamente en un nuevo flanco débil para la estrategia occidental.
Una vez que quedó claro que el problema del fundamentalismo islámico tenía su principal soporte en el aliado tradicional –corriente bahhabita del islam, más petrodólares-, la estrategia para la zona exigía asegurarse el petróleo de los países de la zona, antes de poder presionar en términos explícitos al gobierno saudí. Hubo que inventar la mentira de Irak, igual que estuvierom a punto de inventar la mentira de Irán después.
El cálculo ideológico de los neoconservadores americanos tuvo que incorporar el elemento de un fanatismo islamista con una nueva estrategia política de lucha internacional: el terrorismo suicida. El precio del petróleo dejó de ser el único “arma” de los países islámicos. Los atentados suicidas aportaban la lucha real en parámetros nuevos hasta la fecha; un nuevo tipo de guerra, que globalizaba “el poder de los pocos”, y sobredimensionaba “el poder de los débiles”.
La paradoja para los neocons -y también para el conjunto de occidente- es que, en un momento en el que el capitalismo ha conseguido imperar como único discurso político-económico existente, y que se propone como el único posible, resurge anacrónicamente un modelo político teocrático que se resiste al encanto de los bienes de consumo. Desde Occidente cuesta entender que el objeto no sea el único referente para la dirección política de lo social. Pero el objeto tiene su reverso en el ideal. Por eso los bloqueos económicos surten tan poco efecto como arma de presión política cuando los pueblos afectados son “sobrealimentados” ideológicamente en base a ideales unívocos, tautológicos y finalistas, que suelen basarse en la autoasignación de “la verdad revelada”.
La sustitución que el capitalismo globalizado necesita hacer de ideología por consumo, encuentra su “retorno de lo reprimido” en el nacionalismo cultural, y en el integrismo religioso. Rápidamente quedó claro que el comunismo era también contención y regulación de fuerzas heterogéneas, inasimilables al modelo occidental, y no solo antagonismo y amenaza para el mundo capitalista.
Pero el éxito del capitalismo de mercado, refrendado por la asimilación de los países asiáticos regidos por distintos modelos políticos, que hasta ahora se habían mantenido al margen, también evidencia que la lucha es –a pesar de todo- ideológica. Si el capitalismo no se discute ¿qué se discute? Hutington armó bastante revuelo al situar la discusión a nivel de confrontación de valores culturales. La izquierda se rasgó las vestiduras esforzándose en criticar la existencia de un “choque de civilizaciones” como argumento reaccionario, aunque acogió con entusiasmo la propuesta del PSOE de una “alianza de civilizaciones”, que no hace más que avalar la tesis por la antítesis. Los movimientos anti-globalización están aún en un estado muy incipiente como fuerza alternativa, profundamente debilitados por la falta de una ideología común, o, al menos, de un pensamiento coherente que posibilite una “política”, algo más que el pasaje-al-acto reactivo a los movimientos de los poderosos.
La globalización –con todo lo que implica de desarrollo tecnológico- va mostrando que el modelo occidental basado en el binomio democracia política –que incluye la axiología de los derechos humanos universales- y desarrollo económico no es indisoluble. Diversos países van haciendo la constatación de que el progresivo bienestar económico es compatible con estados políticamente totalitarios, o solo formalmente democráticos. La desideologización necesaria al capitalismo de consumo afecta también a la presión política que se quiere hacer sobre ellos en exaltación de los valores de la democracia. Las masas de consumidores –coherentemente con las necesidades reales del sistema capitalista- colocan al Objeto y no a los Ideales como referente de conducta, y el éxito individual como referente moral, sustituyendo a los valores humanistas tradicionales.
Frente a este imperio occidental del objeto, frente a la plusvalía y el consumo como justificadores y articuladores sociales, surge en el mundo musulmán el Ideal religioso regeneracionista, que busca -en el retorno al fundamento de la experiencia humana de la creencia en Dios- el sentido de la vida para cada uno de los creyentes, y el espíritu y la letra por la que se deben regir en su acción personal, económica, social y política.
Es en este terreno de lo ideológico en el que se sitúa la película de Robert Redford “Leones por corderos” -2007-. Mediante tres historias convergentes, organizadas como cuatro series de debates –político / periodista, periodista / editor, profesor / alumno, estudiantes / estudiantes-, aborda la problemática de la política antiterrorista de los EEUU en Afganistán. De esta manera, el director nos va presentando de forma piramidal y jerarquizada los elementos necesarios -en la estructura sociopolítica norteamericana- para que las condiciones de la guerra sean posibles, es decir, encuentren su justificación.
El poder político-económico, representado por un senador republicano, ejemplo de los jóvenes neocons, brillante y ambicioso, puede reconocer en conversación privada, y aunque sea al menos cínicamente, los errores que les han llevado a meterse en la boca del lobo, sin por ello renunciar a lo acertado de su elección política. No se trata de dialogar, se trata de convencer. La decisión está tomada. No se trata de rectificar, se trata de vencer. Ahora es el momento de la ideología. En una democracia occidental el beneplácito del “cuarto poder” es fundamental para dirigir el consenso social y fabricar el acuerdo.
Este poder mediático está representado por una periodista de una cadena de TV, ideológicamente de izquierdas –izquierda made in USA-, cuya adhesión se presenta como absolutamente necesaria para conseguir la cohesión total de la opinión pública detrás de la política belicista republicana. La argumentación del senador republicano traslada el debate político a las dudas morales y deontológicas de la propia periodista. Primero consigo misma, cuando resuelve a favor de negar el apoyo a la política del senador. Después respecto a la política editorial del propio periódico, que prima sus intereses como empresa, a la deontología de su función social.
El debate del profesor universitario y su alumno aventajado nos sitúa en el mismo centro de la fabricación de las élites dirigentes de la política del país. Allí se debate entre el solipsismo hedonista de la juventud consumista occidental, y la coherencia ideológica de sostener y defender el modo de vida que posibilita tanto bienestar. Desdoblado en otro debate, esta vez de alumnos comprometidos contra alumnos acomodaticios, la película nos muestra cómo la alineación ideológica de los más idealistas conduce irremisiblemente a lo peor. Se cierra así el círculo: el joven y brillante senador decide lo que va a ser la muerte de los más jóvenes y también brillantes universitarios, que creyeron honestamente que su deber era ayudar a su país, alienados en la identificación imaginaria entre política de partidos e intereses estratégicos nacionales. La película termina dejando al alumno brillante en un debate interior a tres bandas: perpetuarse en su hedonismo juvenil capitalista, responder en la dirección alienada de sus compañeros muertos, o ejercer la crítica y la lucha intelectual para la que su capacidad y su formación personal y académica le hacen especialmente apto.
El valor del espíritu crítico, frente a la potencia alienante de la ideología.