Cita

sábado, 23 de mayo de 2015

La palabra transparente.

Los jugadores de cartas (1597-1600) , Caravaggio.
El inagotable goteo de escándalos de corrupción político-económica, hace que cualquier comentario se quede caduco a las pocas semanas -a veces días- tanto en la indignación ciudadana, como en la cuantía -siempre superada- del descaro de los corruptos y corruptores, su osadía y su capacidad de mentir con toda la reiteración necesaria para atender a todos los medios de comunicación que les preguntan y preguntaron cuando solo eran indicios. 
Sin embargo, la mentira, por más que pueda ser rechazable, coloca al mentiroso en la lógica del discurso: el mentiroso produce su enunciado, y el oyente puede remitirse a un "orden simbólico" que garantiza la falsedad de aquel enunciado. A partir de ahí, el mentiroso puede seguir empecinado en la reiteración de su mentira, pero ésta ya ha quedado calificada como tal en el discurso que construye la realidad social.
Pero hemos asistimos en los últimos meses, en el discurso político de la derecha española, a una práctica mucho más grave, que parece apoyarse en el debilitamiento extremo que ha sufrido ese tercero simbólico, garante de la Ley del sentido, que media entre el emisor y el receptor en el intercambio de los mensajes en cualquier acto del habla.  Su gravedad reside en que ya no se trataría de la astucia o la estupidez del emisor, sino de un agujero en la lógica de la producción de los significados, que afectaría al lenguaje común de una sociedad que se ha desentendido del lugar central que debe de ocupar esa legalidad simbólica, que exige y da coherencia a la construcción misma del discurso, y a la producción del sentido que teje el lazo social entre los hablantes.
Frente a la debacle moral y política de la derecha española -la derecha de los aznares y los pujoles-, y teniendo en cuenta que ya no está en su mano el recurso al golpe de estado y el caudillismo, las estrategias de defensa frente a la irritación ciudadana pasa por gestionar tácticamente sus responsabilidades como políticos gobernantes retorciendo torticeramente el lenguaje y la lógica de sus pseudo-argumentaciones1.
Dos aspectos destacan en esta estrategia, y que se han ido produciendo por orden. En primer lugar, se ha dado por evidente, que la responsabilidad de los políticos corruptos la habían de dilucidar los tribunales, confundiendo responsabilidad política y responsabilidad civil o penal -evidenciando, de paso, la escasísima cultura democrática de nuestra sociedad. Esta estratégia alcanza su mayor grado de infantilización en la modalidad "mariana", por la que sus correligionarios hasta ayer son privados de sus nombres, para pasar a ser "algunos", "esos a los que vd. se refiere", etc, y sus corruptelas se pretenden hundir en el anonimato de "esas cosas que se dicen", "esas cosas por las que vd. pregunta", etc. Esta estrategia pueril de cerrar los ojos y afirmar que la realidad no está, que ha desaparecido, termina por agotarse en su efecto cómico.
La segunda, sin embargo, es mucho más seria, si la tomamos como síntoma del sesgo que está adoptando la comunicación interpersonal en la metamodernidad. Me refiero al espectáculo de teatro del absurdo al que asistimos cuando los políticos -ante la avalancha de evidencias que les incriminan, y ante la presión ciudadana que exige explicaciones-, adoptan la estrategia de mostrarse ellos también indignados -al tiempo que muy dignos-, y decir que asumen la responsabilidad de su gestión -"hemos tenido que adoptar decisiones muy difíciles..." bla, bla, bla-. Lo asombroso es que, una vez que se han llenado la boca con el reconocimiento de su responsabilidad, no se sigue ningún tipo de acto que fuera el efecto lógico consecuente: la asunción de responsabilidades políticas.
Después de asistir al engaño de destrucción masiva para obtener una mayoría absoluta en las pasadas elecciones generales, con un programa del que no han cumplido ni las notas a pié de página, sin que eso haya tenido consecuencias políticas ninguna entre los responsables sostenedores de la mentira, ahora nos encontramos con que el reconocimiento expreso de la responsabilidad del incumplimiento no implica ningún acto coherente con lo que afirman sus enunciados de dicho reconocimiento. Es decir, la palabra parece que ya no vehicula un significado que dé coherencia al discurso como lazo social entre los hablantes. Esto es tanto como decir que la palabra ya no vincula a los interlocutores.
Tal vez esto sea coherente con el descrédito que sufre lo escrito hoy en el tiempo del imperio de la imagen, el tiempo en el que desaparecen los vínculos colectivos para dar paso a los acuerdos individuales, un tiempo en el que la comunicación de contenidos ya no  dispone del tiempo necesario para su descodificación, y se sustituye por la lectura de los gestos y los emoticonos, la lectura en superficie que surfea sobre la superinflacción de los hipervínculos.
En su marco más general, la palabra ha perdido hoy el carácter de compromiso que la vinculaba con su locutor, al punto de identificarla a su honor, a la totalidad de su valor como persona. El que hablaba y su dicho eran una unidad solidaria, una totalidad. Tal vez fue la generalización de la escritura la que debilitó, ya en una primera instancia, el prestigio de la palabra hablada, para ceder su gravedad a un texto más perdurable, más reproducible, una palabra más económica y ágil al concretar su valor de "dicho" en la firma que identifica a su autor.
En el segundo bucle cultural al que asistimos hoy, por el que la escritura se debilita por  el imperio de la imagen, la palabra hablada queda casi reducida al ruido de fondo que la acompaña.  El valor de compromiso de la palabra no vive su mejor momento en una metamodernidad que se vale de ella para la seducción y la propaganda, para la infatuación del propio yo, para devaluarla, en fin, en los discursos de las promesas vanas y las elegías impostoras de la publicidad, la política y la religión. 
Pero también  en las relaciones interpersonales vemos la misma devaluación de la palabra que compromete. En las relaciones sentimentales, amorosas, las promesa de amor duradero, de fidelidad, de compañía, de cuidado mutuo, han de entenderse hoy sin la gravedad que han portado en épocas anteriores las palabras que las expresaban, si no se quiere sucumbir en el desengaño, la decepción, la desilusión, el descreimiento. Aquí no se trata tanto del engaño calculado, del uso canalla del lenguaje, como de la inestabilidad de unas significaciones que ya no tienen ese referente común con la autoridad de entonces, por lo que el valor preciso de la significación otorgada a aquello que se dice ya no depende tanto de un acerbo común que se comparte por todos, sino que dependen cada vez más de ese ego del locutor que referencia a sí mismo el valor vinculante de lo que dijo, a sus propias  expectativas de goce, a sus apetencias, a sus ansiedades circunstanciales, a los vaivenes de su deseo desorientado y volátil.

1. La maraña de mentiras que ha tenido que trenzar y sostener el Partido Popular en el gobierno durante estos últimos cuatro años de infamia, produce ya situaciones esperpénticas como espectáculo, y patéticas como penitencia de los propios mentirosos. Entre los que se están produciendo en este declive de la dictadura de la corrupción de la derecha española, merece resaltarse la emergencia del inconsciente de las señoras Cospedal y Aguirre. La inefable Cospedal, en su enésimo esfuerzo por negar los hechos con las palabras, afirmó en un par de ocasiones diferentes y en sendos actos públicos de su partido (en 2012, y abril de 2015) que "Este gobierno ha hecho mucho por saquear al país", no sabemos si queriendo decir "sanear", o "sacar". De similar calibre es su afirmación en su cuenta oficial de Twitter (noviembre 2014): "No vamos a perder ni un minuto en luchar contra los que defraudan  en la democracia." Por su parte, la lideresa Aguirre nos ha tenido entretenidos varios días tratándonos de convencer que la palabra "exactamente" no significa la afirmación del enunciado sobre el que se aplica. En su esfuerzo de desmarcarse de la corrupción institucionalizada en su partido en un debate en TV, el director adjunto de El Mundo afirma que han cobrado sobresueldos  en la cúpula del PP, a lo que ella le interrumpe para decir : "Yo no"; por lo que Inda precisa, para darle la razón, que cobraron sobresueldos todos menos Aguirre y Gallardón;a lo que "la Espe" sentencia sonoramente: "Exactamente", afirmación por la que se entiende que Rajoy y los demás no quedan en muy buen lugar.



jueves, 21 de mayo de 2015

Leyendo a Piketty 3/3: Tyché y Automatón del Capital.

"de ti me fío, redondo
seguro azar."
P. Salinas
Desde siempre, la vida de los hombres les ha parecido guiada por fuerzas del todo ajenas a su voluntad. Esto no supone mayor problema cuando se acepta una voluntad mayor, y la sociedad se organiza teocráticamente. El problema surge para las sociedades racionales, en las que el pensamiento laico sigue encontrándose con la experiencia de hechos que insisten en presentarse como autónomos en su ocurrencia.
Las dos formas en las que esta oscura voluntad se hace más decisivamente presente en la vida es el azar de lo que sale a nuestro encuentro sin haberlo buscado, y la repetición de lo que insiste independientemente de cualquier decisión. Un campo privilegiado para experimentar ambos es la vivencia de lo social en nuestra vida particular.
La investigación de Piketty parece orientada a intentar responder una sola pregunta: ¿Cómo "retomar el control del capitalismo"1 en  un mundo sin fronteras para el capital? "Retomar" ya nos indica que, al menos un cierto control, ya hubo en otras épocas anteriores. Sin embargo, el capitalismo es un sistema de acumulación, y la incidencia que tuvo la aparición y el desarrollo de la tecnociencia disparó la producción de la plusvalía y, con ello, las cotas de acumulación en manos de los propietarios históricos del poder y la riqueza, hasta llegar a su climax al comienzo del siglo XX. Esa ingente cantidad de capital acumulado en el mundo rico -Europa, por aquel entonces-, no encontró su límite más que por los desastres de las guerras mundiales, y la depresión económica y la locura inflaccionista del breve periodo de paz entre ellas. Los efectos de la destrucción generalizada, la lección política y económica derivada de todo ello, y el hecho inédito en la historia de la existencia de una alternativa al capitalismo -la economía planificada por el Estado-, trajeron "los gloriosos treinta", tres décadas de crecimiento económico, y control del Capital por los gobiernos democráticos.
La desregulación económica neoliberal de los ochenta, y el imperio de la informatización en la Cultura, han revertido este breve interegno de justicia distributiva, y ha puesto la acumulación de capital en cotas equivalentes a las de hace un siglo, y en niveles de desigualdad social difícilmente soportables -ese 1% dentro del 10% de los que lo poseen prácticamente todo-3
Con todo, lo más preocupante es la previsión -aún eligiendo el escenario intermedio- para el futuro venidero. En un panorama de crecimiento económico muy modesto -entre 0.5 y 1.5%-, el rendimiento del capital se mantendrá en una media entre el 4.5 y el 5% anual. La brecha social se ahondaría hasta simas inimaginables, en un "crecimiento sin límites de las desigualdades patrimoniales mundiales que hoy día crecen a un ritmo insostenible a largo plazo [...] y carecen de utilidad para el crecimiento"2 económico. 
La derivada política de este panorama es que la influencia en la gobernanza mundial de estas élites económicas les permitiría prescindir de facto -y quién sabe si no de iure también- de cualquier tipo de control democrático para sus actividades - como ya vemos que se va gestando en el futuro TTIP4-.
Entendemos así mejor algunos elementos y estrategias de la crisis económica provocada por el capitalismo financiero. Como la expectativa de generar plusvalías por el crecimiento industrial se había reducido drásticamente, hubo que forzar el azar de los buenos encuentros económicos. El capitalismo se convirtió en el casino financiero de las operaciones, primero arriesgadas, y después disparatadas. El resultado, catastrófico a nivel social, ha instalado a los diseñadores y exclusivos beneficiarios de ese sistema criminal en unos niveles de ingresos, que ya no van a tener que hacer más que multiplicarse mecánicamente en el automatismo financiero de la especulación bursátil. 
En otros países, como es el caso de España, la provocación del azar esquivo ha venido de la mano del desfalco de la riqueza pública a manos de las élites políticas y económicas de la derecha española. Se trataba de enriquecerse lo más posible, en el menor tiempo posible, para forzar la mayor acumulación posible de capital. Una vez conseguido, se trata de dejarlo crecer en las plazas bursátiles salvajes, y en las encubadoras de los paraísos fiscales. Así, por ejemplo, se estima que la familia Pujol ha ingresado, como ejercicio de sus -aún presuntas- prácticas corruptas, del orden de 1.800 millones €5 -cifra ya de por sí a nivel de presupuesto autonómico. Si aplicamos el automatón financiero del 5%6, el resultado es que la buchaca aumenta en 90 millones € por año. Por más lujo que podamos suponer en el consumo diario de estos apandadores, es evidente el monto que restaría para reinvertir, y así - en un etc ilimitado - hacer creer la masa del capital disponible.
La receta de Piketty, en principio, es sencilla: un impuesto progresivo anual sobre el capital en las zonas geopolíticas homogéneas -que presupone la existencia de una reglamentación compartida y homogénea de transparencia fiscal y comunicación automatizada de datos a nivel internacional-, y, sobre todo, "apostar por la democracia hasta sus últimas consecuencias." 
La dificultad reside ahí precisamente, en el hecho de que la condición económica de las sociedades no es ni un destino, ni una ciencia: es una decisión política. Entre el azar y el automatismo, la ética.




1. Cf. p.645.
2. Cf. p. 644.
3. Hoy mismo, el periódico El País on-line trae la noticia de que: "La crisis lleva la desigualdad entre ricos y pobres a niveles récord. El 10% de los españoles menos favorecidos perdieron un 13% anual de ingresos por un 1,5% de los más pudientes."
4. Transatlantic Trade and Investment Partnership -Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión- que negocian en este momento los EEUU y EU en la mayor opacidad democrática posible.
5. Diario El Mundo on-line, 03/08/2014.
6. Pikkety muestra que, según aumenta el monto de capital invertido, el rendimiento del capital puede alcanzar niveles del 10% anual.