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domingo, 24 de marzo de 2013

La hominización de las pantallas, y la paideia de la imagen (3/3).


El desplazamiento cognitivo que se está operando a través de la informatización de nuestras sociedades es cualitativamente diferente a lo exigido a nuestro desarrollo mental en los últimos milenios. Lo que externalizamos ahora a los nuevos periféricos electrónicos son habilidades y capacidades cognitivas que están debilitando, o incluso impidiendo formarse neurológicamente, estructuras estables de conocimiento, requeridas para el funcionamiento de un pensamiento abstracto desarrollado, el único capaz de rendir al mayor nivel del razonamiento mental.
Facultades cognoscitivas como la Memoria –que viene perdiendo una antigua batalla en la escolarización desde la Nueva Pedagogía de principios del siglo XX-, ha terminado por ser absolutamente despreciada y desechada por la presencia de los potentes sistemas de almacenamiento de la información on line por medios informáticos. La ironía de la vida quiere que una de las plagas asociadas al éxito de nuestra longevidad tenga a la memoria  por protagonista, y venga a reivindicar, desde lo irreversible de una patología neurodegenerativa deshumanizadora, el valor humano esencial que radica en la conservación y el ejercicio de la memoria.
La pérdida de la oportunidad de construir las estructuras mentales inherentes a su ejercicio es la verdadera pérdida implicada en el desprecio del desarrollo y cultivo de estas facultades básicas, ya que –entre otras cosas- impedirá transferir a otras exigencias cognitivas las habilidades adquiridas con aquellas, empobreciendo, si no poniendo en riesgo, la resolución de futuros problemas.
Así, la Atención -de la que tanto depende la Memoria-, entendida como el tiempo de concentración necesario requerido para un trabajo continuado, ha quedado debilitada –si no estallada- por el uso masivo, generalizado del “instante” como unidad de medida del tiempo subjetivo. Y del flash como unidad de percepción: la imagen que irrumpe sola, sin antecedente ni consecuente, a golpe de zapping del mando a distancia, de clic de ratón, de videoclip musical, del caleidoscopio decorativo de los informativos televisivos, o del ir y venir de los sucesivos pantallazos de las páginas web, que se cuelgan y descuelgan en la remisión de unos enlaces en otros, a modo de bucle sin fin. Por eso precisamente, por no valer más que por sí misma, la imagen ha de ser siempre de la mayor carga visual posible -más colorida, más grande, más definida, más envolvente, más penetrante, Cinemascope, Cinerama, Holograma, CineMax, HD, Full HD, 3D, etc-, saturando hasta lo insoportable cada segundo de las emisiones televisivas, cada reto en los juegos de video-consola, o cada rincón en las exposiciones de arte contemporáneo.
Parece ser que todo este umwelt cultural, este nuevo caudal de aferencias estimulares –muchas veces torrentera-, está reconfigurando neurológicamente nuestro cerebro, de forma que se están produciendo adaptaciones en una dirección que supone el cierre de aquellas funcionalidades que ya no tienen un ejercicio suficiente. Decía en la entrada anterior(1) que el concepto de neuroflexibilidad hace que unas capacidades cognitivas se debilitan o se anulan a favor de otras más operativas y adecuadas.
En su conjunto, el vector aglutinador de esta nueva evolución adaptativa –no a la Naturaleza, esta vez, sino al ecosistema cultural colonizado y transformado por el discurso de la Ciencia- parece estar regido por la sustitución del pensamiento a favor de la información, incluso a nivel del dato, su átomo. Homóloga a la sustitución del texto por la imagen, el conocimiento que se va instalando en el común de los sujetos de la sociedad meta-moderna no aspira al modelo conocido -según el cual a través de unos elementos se construyen relaciones  que producen un saber cualitativamente superior al de los datos utilizados en su construcción-. El conocimiento meta-moderno aspira a resolver el momento, fijado en esa temporalidad del instante. La rapidez de los cambios en los que vive el ciudadano meta-moderno le hace desconfiar de un conocimiento que pretenda otorgarse durabilidad. Y no digamos ya si lo que pretende es servir de referencia para un pensar futuro –aunque sea de futuro inmediato. Mañana ya todo habrá pasado, y, ya caduco, habrá sido sustituido por otra cosa.
Si el incremento exponencial de la información recibida mediante pantallas parece oponerse a más conocimiento, por paradójico que resulte a primera vista, las consecuencias tienen también lugar en el plano psico-afectivo de los sujetos. El pensamiento profundo requiere de una temporalidad muy diferente a la que empleamos en el análisis de la imagen(2) y los links que nos remiten a la siguiente. Hemos aprendido a escanear  rápidamente la información visual que nos llega a las pantallas, para así imprimir velocidad a nuestra deriva escópica por la Red (lo que llamamos “búsquedas”).
Pero, parece ser que la temporalidad necesaria para el pensamiento reflexivo está también implicada en la experiencia y la subjetivación de los sentimientos y las emociones más vinculadas a nuestra afectividad más fina y  evolucionada. Su debilitamiento perjudica elementos imprescindibles en la configuración de nuestra humanidad, los que dan espesura espiritual y afectiva a nuestra subjetividad, y a los vínculos que establecemos con nuestros semejantes.
Todos estos procesos convergen en una cosificación de los individuos en su doble registro: tanto como sujetos, como de objetos para el otro. En tanto sujetos cognitivos, la genética y las neurociencias darán cuenta cada vez más de sus capacidades y de sus potencialidades, fijando en la materialidad de su organismo su destino humano. En tanto objetos, se asegurarán de ser reconocidos por el discurso de la Ciencia como homogéneos, y concordantes con sus ideales y exigencias. Situado como objeto, el individuo meta-moderno se acoge a los beneficios del único que los puede dispensar. El Amo meta-moderno, la tecno-ciencia del genoma y del software, no solamente explicará su procedencia como individuo, sino también diseñará las condiciones de su existir, y la filigrana de su futuro. Ya lo empezamos a ver. Que haya comenzado por su vertiente más amable, no evita percibir la torsión inscrita en su vocación de poder y beneficio.

(1) El grupo de estas tres entradas sobre el tema incorpora partes de mi próximo (espero) libro "La hybris del arte contemporáneo".
(2) Incluyo en la consideración de “imagen” también las pantallas que muestran texto. El hecho de que el medio y el contexto sea la pantalla del ordenador, vuelve imagen cualquier texto que aparezca en él, aunque solo fuera por su naturaleza virtual. Pero, en más, los textos –particularmente los on line-, están saturados de índices que remiten a una permanente inter/hipertextualidad, reclamos publicitarios, pestañas con textos propios al software que estamos utilizando, una enorme diversidad de tipologías de letras, tamaños, resaltes, colores de texto y fondo, subrayados, ilustraciones, etc. que convierten su visualización en una gestal con significación propia.

2 comentarios:

  1. Hola Javier.
    Muy interesantes los 3 posts, y necesarios... Aunque he echado de menos algunas referencias importantes:

    1. Adorno ya alertaba a principios del siglo pasado sobre la reproducción mecánica de las obras artísticas.

    2. Quizás deberías haber tenido más en cuenta a McLuhan y sus planteamientos, en particular el de que exiten dos hemisferios cerebrales con funciones cognitivas distintas.

    3. Puestos a hablar de apocalipsis, tendrías que que referirte a "Apocalípticos e Integrados", d'U Eco.

    4. A la hora de analizar la Sociedad de la Información y sus interrelaciones es ineludible citar a Manuel Castells.

    Sobre este tema circula por ahí un debate entre Neil Postman y Camille Paglia que creo que te gustará. Te lo haré llegar, ¿vale?

    Un saludo.

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  2. Estupendo cierre para este interesante tríptico. Lo preocupante es pensar que los avances tecnológicos acaben por dejar de estar a nuestro servicio, perviertan su función y nos empobrezcan. Es una visión un tanto catastrofista, pero ahí está.

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