Facultades cognoscitivas
como la Memoria –que viene perdiendo una antigua batalla en la escolarización
desde la Nueva Pedagogía de principios del siglo XX-, ha terminado por ser
absolutamente despreciada y desechada por la presencia de los potentes sistemas
de almacenamiento de la información on line por medios informáticos. La ironía de la
vida quiere que una de las plagas asociadas al éxito de nuestra longevidad
tenga a la memoria por protagonista, y
venga a reivindicar, desde lo irreversible de una patología neurodegenerativa
deshumanizadora, el valor humano esencial que radica en la conservación y el
ejercicio de la memoria.
La
pérdida de la oportunidad de construir las estructuras mentales inherentes a su
ejercicio es la verdadera pérdida implicada en el desprecio del desarrollo y cultivo de estas facultades básicas, ya que –entre otras cosas- impedirá
transferir a otras exigencias cognitivas las habilidades adquiridas con aquellas,
empobreciendo, si no poniendo en riesgo, la resolución de futuros problemas.
Así, la Atención -de la que tanto depende la Memoria-,
entendida como el tiempo de concentración necesario requerido para un trabajo
continuado, ha quedado debilitada –si no estallada- por el uso masivo,
generalizado del “instante” como unidad de medida del tiempo subjetivo. Y del
flash como unidad de percepción: la imagen que irrumpe sola, sin antecedente
ni consecuente, a golpe de zapping del mando a distancia, de clic de ratón, de
videoclip musical, del caleidoscopio decorativo de los informativos
televisivos, o del ir y venir de los sucesivos pantallazos de las páginas web,
que se cuelgan y descuelgan en la remisión de unos enlaces en otros, a modo de
bucle sin fin. Por eso precisamente, por no valer más que por sí misma, la
imagen ha de ser siempre de la mayor carga visual posible -más colorida, más
grande, más definida, más envolvente, más penetrante, Cinemascope, Cinerama,
Holograma, CineMax, HD, Full HD, 3D, etc-, saturando hasta lo insoportable cada
segundo de las emisiones televisivas, cada reto en los juegos de video-consola,
o cada rincón en las exposiciones de arte contemporáneo.
Parece ser que todo este umwelt cultural, este nuevo caudal de
aferencias estimulares –muchas veces torrentera-, está reconfigurando
neurológicamente nuestro cerebro, de forma que se están produciendo
adaptaciones en una dirección que supone el cierre de aquellas funcionalidades
que ya no tienen un ejercicio suficiente. Decía en la entrada anterior(1) que el concepto de neuroflexibilidad hace que unas capacidades cognitivas se debilitan o se
anulan a favor de otras más operativas y adecuadas.
En su conjunto, el vector
aglutinador de esta nueva evolución adaptativa –no a la Naturaleza, esta vez,
sino al ecosistema cultural colonizado y transformado por el discurso de la Ciencia- parece estar regido por la sustitución del pensamiento a favor de la
información, incluso a nivel del dato, su átomo. Homóloga a la sustitución del
texto por la imagen, el conocimiento que se va instalando en el común de los
sujetos de la sociedad meta-moderna no aspira al modelo conocido -según el cual
a través de unos elementos se construyen relaciones que producen un saber cualitativamente
superior al de los datos utilizados en su construcción-. El conocimiento
meta-moderno aspira a resolver el momento, fijado en esa temporalidad del
instante. La rapidez de los cambios en los que vive el ciudadano meta-moderno
le hace desconfiar de un conocimiento que pretenda otorgarse durabilidad. Y no
digamos ya si lo que pretende es servir de referencia para un pensar futuro
–aunque sea de futuro inmediato. Mañana ya todo habrá pasado, y, ya caduco,
habrá sido sustituido por otra cosa.
Si el incremento exponencial
de la información recibida mediante pantallas parece oponerse a más
conocimiento, por paradójico que resulte a primera vista, las consecuencias
tienen también lugar en el plano psico-afectivo de los sujetos. El pensamiento profundo requiere de una
temporalidad muy diferente a la que empleamos en el análisis de la imagen(2) y los links
que nos remiten a la siguiente. Hemos aprendido a escanear rápidamente la información visual que nos
llega a las pantallas, para así imprimir velocidad a nuestra deriva escópica
por la Red (lo que llamamos “búsquedas”).
Pero, parece ser que la temporalidad
necesaria para el pensamiento reflexivo está también implicada en la
experiencia y la subjetivación de los sentimientos y las emociones más
vinculadas a nuestra afectividad más fina y
evolucionada. Su debilitamiento perjudica elementos imprescindibles en
la configuración de nuestra humanidad, los que dan espesura espiritual y
afectiva a nuestra subjetividad, y a los vínculos que establecemos con nuestros
semejantes.
Todos estos procesos
convergen en una cosificación de los individuos en su doble registro: tanto
como sujetos, como de objetos para el otro. En tanto sujetos cognitivos, la
genética y las neurociencias darán cuenta cada vez más de sus capacidades y de
sus potencialidades, fijando en la materialidad de su organismo su destino
humano. En tanto objetos, se asegurarán de ser reconocidos por el discurso de
la Ciencia como homogéneos, y concordantes con sus ideales y exigencias.
Situado como objeto, el individuo meta-moderno se acoge a los beneficios del
único que los puede dispensar. El Amo meta-moderno, la tecno-ciencia del genoma
y del software, no solamente
explicará su procedencia como individuo, sino también diseñará las condiciones
de su existir, y la filigrana de su futuro. Ya lo empezamos a ver. Que haya
comenzado por su vertiente más amable, no evita percibir la torsión inscrita en
su vocación de poder y beneficio.
(1) El grupo de estas tres entradas sobre el tema incorpora partes de mi próximo (espero) libro "La hybris del arte contemporáneo".
(2) Incluyo en la consideración de
“imagen” también las pantallas que muestran texto. El hecho de que el medio y
el contexto sea la pantalla del ordenador, vuelve imagen cualquier texto que
aparezca en él, aunque solo fuera por su naturaleza virtual. Pero, en más, los
textos –particularmente los on line-,
están saturados de índices que remiten a una permanente inter/hipertextualidad,
reclamos publicitarios, pestañas con textos propios al software que estamos
utilizando, una enorme diversidad de tipologías de letras, tamaños, resaltes,
colores de texto y fondo, subrayados, ilustraciones, etc. que convierten su
visualización en una gestal con
significación propia.