Cita

miércoles, 16 de mayo de 2012

Si Grecia, otra vez, fuera...

La coincidencia de las elecciones francesas con las de Grecia e Italia, ha tenido el efecto de solapar las lecturas que caben deducir del hecho de la rápida popularidad de la idea de que la política de la disciplina fiscal, por sí sola, está siendo un fracaso, y hay que compensarla con una política decidida de estímulo al crecimiento. El peso de que sea el nuevo presidente de Francia el adalid entre los políticos de dicha denuncia, ha desviado hacia su victoria el impulso que ha tomado. Incluso, la mismísima Alemania merkeliana -sin apearse de sus exigencias austeritarias- está dispuesta a admitir el "hablar" del tema.
Sin embargo, me parecen de mucho mayor alcance los resultados de las elecciones griegas e italianas, leídas con la crisis de gobierno holandesa, y el éxito electoral de la extrema derecha francesa. Tanto en Grecia como en Italia, el triunfo de lo que se denomina "anti-política", ha sido arrollador en la primera, y muy notable en la segunda. Por su parte, el triunfo de la extrema derecha en Francia anuncia una profunda remodelación en la correlación de fuerzas dentro del espectro conservador tradicional. En Holanda, la crisis de gobierno precipitada por la negativa a la política de austeridad del partido de la extrema derecha que sustentaba al gobierno, mostró el poder decisivo que tienen hoy en Europa los fascismos, presentes, como están, en diversos parlamentos. 
Un escalofrío recorre el espinazo de Europa. Empieza a dibujarse cierta lógica de transformación social y política, que amenaza a la democracia representativa desde dentro de sus propias reglas. Por primera vez se está visualizando una Europa ingobernable. Ya no se trata de la excepción italiana, con su endémica inestabilidad parlamentaria. Tampoco se trata de las tensiones inherentes a la lucha política, y los cambios  gubernamentales fruto de las cambiantes alianzas entre las minorías. El panorama que comienza a dibujarse ahora no es de inestabilidad política, sino de ingobernabilidad democrática. Los partidos políticos tradicionales, los partidos que funcionan en la lógica de las exigencias del Mercado, implosionan al ver rechazadas en las urnas, por los votantes, sus políticas de ajustes salvajes, víctimas de sus devastadores efectos económicos y sociales. El grueso de los votos que les daban las mayorías que les permitía alternarse en el poder, se reparten ahora entre la abstención , y los partidos antes minoritarios, situados ideológicamente en ambos extremos, y que rechazan la supuesta necesidad de aquellas medidas draconianas.
Así, el abanico político se segmenta en media docena de grupos, o más, con un peso electoral similar, pero con posturas maximalistas -tanto económica, como ideológicamente-, que hacen imposible la formación de mayorías. Europa se hace, así, ingobernable, no por una cuestión intra-sistémica de la democracia, sino porque las políticas que exigen los Mercados son rechazadas por los votantes que legitiman los gobiernos que habrían de aplicarlas. Es una contradicción inter-sistémica. El obstáculo que opone el sistema democrático a las exigencias del capitalismo actual amenaza con colapsar su lógica vital del beneficio maximizado. 
La dialéctica política se ha desplazado, se ha deslocalizado, desde el interior del propio sistema, para convertirse en una dialéctica inter-sistémica: sistema político versus sistema económico. Pero el corte entre ambos no es simétrico, ni homogéneo. Del lado del conjunto "sistema económico", queda el capitalismo de mercado, más los partidos políticos convencionales, que son sus gestores. Mientras que, del lado del conjunto "sistema político", lo que quedan son los partidos no-convencionales, mal llamados "anti-políticos", por que con lo que están en confrontación abierta es con las exigencias del Mercado -aunque también rechazan la forma de hacer política de aquellos otros (corrupción, privilegios, distanciamiento de los electores (1), etc.)-. Estos partidos políticos, funcionan dentro del sistema -por el momento-, pero rechazan el  sistema económico del que -aún- participan. Si esto les llevara a ser operativamente  inviables, como opción real de gobierno, el sistema político democrático podría colapsar, porque, del otro lado, en la medida en que se vaya constatando que solamente una única política es posible, el sistema político parlamentario aparecerá a los ojos de la ciudadanía como un derroche de recursos, y sería sustituido por la gestión empresarial de los tecnócratas. 
Los Rato, los Montti, los Draghi, los Papademos, los De Guindos, etc, ya no alternarán la empresa privada y las tareas de gobierno. Apoyándose en el convencimiento social de que la Democracia no puede, ni de lejos, dar respuesta a los retos que presenta el capitalismo en una sociedad altamente tecnificada, las naciones se tomarán como empresas gestionadas como tales: solamente con criterios de rentabilidad y sostenibilidad económicas. Esta sería la sociedad post-democrática, una sociedad de gestores y productores/consumidores, identificados a un Bien común: la generación de riqueza. La tríada progresista de la modernidad: capitalismo ---> socialismo ---> comunismo, quedaría reemplazada por la tríada metamoderna: capitalismo democrático ---> capitalismo post-democrático ---> capitalismo post-político.
De nada sirvió que la Europa de los Mercados bloqueara la realización en Grecia de un referendum, para validar la política fiscal impuesta por Alemania. El calendario electoral trajo la "inevitable" celebración de elecciones. Y el resultado terminó por restituir la verdad de esa contradicción insalvable. Hoy, Grecia, a un paso de su expulsión de Europa -que ahora se llama "club"-, evidencia el choque de los intereses sociales, y los del capital. Y lo evidencia con la metáfora de la incompatibilidad del timing del nuevo capitalismo, con el tempus de la democracia parlamentaria, el de la discusión y el debate, de las elecciones y los consensos, de los acuerdos y desacuerdos, el de los pactos, el respeto y la tolerancia entre las personas y los grupos humanos. El Mercado no concede el tiempo que necesitan las interacciones humanas. Su tiempo es la velocidad de las nuevas tecnologías, que permiten la aceleración exponencial  de la obtención de plusvalías. Si la Grecia de Solón -precisamente tratando de organizar un mejor reparto de la riqueza, y de limitar los privilegios de los más poderosos económicamente-, fue el modelo de gobernabilidad de lo que sería la Europa de 2600 años después, tal vez hoy, en el albor del tercer milenio, vuelva a ser Grecia el modelo de lo que será un futuro tal vez no tan lejano.

(1) Ejemplo paradigmático de este estilo de hacer política es el lapsus freudiano del aspirante a la presidencia del land Renania N.-Westfalia, her Röttgen, cuando dijo en televisión: “Creo que debería convertirme en primer ministro, pero eso, lamentablemente, lo deciden los votantes”.



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