La tradición de la racionalidad ilustrada, en la que se sostiene el sistema de valores de la construcción europea, se movía en una consideración determinista de que el progreso de la emancipación del hombre era inexorable, y avanzaba y avanzaba hacia un punto de completud y libertad situado en un horizonte teórico, pero realizable.
En Occidente, este determinismo de la esperanza humanista se alimentó de la "objetividad" del materialismo histórico, para relanzar el maltrecho ideal del yo de una Europa que había inventado y padecido el Holocausto del ideal nazi. El marxismo socialdemócrata, y el eurocomunismo después, sostuvieron el proyecto de una sociedad libre de la explotación, justa en la organización social y democrática en el ejercicio del poder. La Europa capitalista respondió con el pragmatismo de una construcción económica supranacional, constituida por la asociación libre de naciones soberanas con democracias parlamentarias. Se recuperaban así los ideales de paz, libertad y progreso económico y social que la segunda guerra mundial había dejado tan malparados, reintegrando Alemania del lado de las fuerzas de la Ilustración, y segregando el bloque soviético como el poder oscuro materialista; es decir, anti-humanista.
Este optimismo determinista, tanto del lado de la izquierda clásica marxista, como de las socialdemocracias de tradición ilustrada y humanista encontró su sobresalto en los sucesos de mayo del 68, y su limite en la derrota de la izquierda que luchaba por la transformación social, simbolizada en la caída del muro de Berlín en 1989. En realidad, la derrota de los movimientos sociales fue pareja del "fin de las ideologías" -que inauguró la post-modernidad- a lo largo de la segunda mitad de los años setenta. La caída de los bloques geopolíticos antagonistas impulsó la convicción de que la integración europea era el camino correcto para la superación de los conflictos y el progreso económico. El nuevo bloque unipolar sumaba y sumaba socios a uno y otro lado de lo que fue aquel nefasto muro.
Sin embargo, la crisis de la deuda, y la política de austeritarismo impuesta por Alemania como receta para superarla, han abierto una crisis que pone en entredicho presupuestos esenciales en la base del proyecto europeísta: la idea de un progreso inevitable como efecto necesario de la promoción de la razón y la moral en la civilización occidental.
El anochecer ideológico de finales del siglo XX ha promovido dos nuevas categorías en el pensamiento crítico actual, para acudir al reemplazo de aquella del determinismo del progreso ineluctable de la humanidad, y que pueden ayudar a pensar el futuro inmediato de lo que queda del proyecto europeo. Me refiero a aquella de "acontecimiento" (A. Badiou) -el sujeto se constituye en la fidelidad a un acontecimiento-, y la de "creencia". No deja de ser inquietante que el pensamiento crítico y laico actual tenga que hacer uso de referencias del discurso religioso, cuando, precisamente, este ha sido el antagonista secular de los valores y la racionalidad sobre la que quiere construirse Europa1.
Entiendo que el crash del 2008, pero, sobre todo, la política que ha impuesto Alemania a toda Europa para "salir" de la crisis, ha tenido carácter de acontecimiento para gran parte de esa sociedad que se creía asentada en un proyecto sociopolítico y económico que les protegía en todos estos ámbitos. Sin embargo, y en contra de su acepción original, el giro perverso de la situación actual es que no es el sujeto el que se fideliza al acontecimiento, sino que es el hecho el que se adhiere a la existencia del sujeto, aportando toda su carga de negatividad, que podría caracterizarle de traumático. La política austeritaria de este último lustro cumple las condiciones de un "acontecimiento" en la vida de los ciudadanos europeos en tanto tiene la fuerza constituyente suficiente para determinar la formación de una conciencia política -aunque sea anti o a-política- y el proyecto personal de vida en las personas afectadas. Pero es un acontecimiento inverso, en la medida en que desposee a los ciudadanos de la condición de sujetos de su adhesión, para pasivizarlos como objetos sobre los que el acontecimiento ejercer el imperio de sus condiciones materiales. Para las generaciones que alcanzaron el derecho al voto en el año 2000, el austeritarismo -que implica básicamente la demolición del estado del bienestar, paro y precarización laboral-, presentado como la única política posible por los gobiernos y las instituciones europeas, será seguramente el hecho que configure su conciencia de ciudadano de Europa, y determine en gran medida su desarrollo profesional y laboral, y su grado de bienestar personal.
Frente a este acontecimiento ¿qué ofrecen los políticos europeos en esta nueva convocatoria electoral?: una creencia. Es, curiosamente, ahora cuando hemos escuchado a los europarlamentarios, a los dirigentes políticos y económicos darse golpes de pecho y reconocer que tal vez no acertaron, que tal vez no entendieron bien lo que pasaba, que tal vez habría que rectificar algunas cosas, que tal vez... Los datos que manejan sobre la adhesión al proyecto europeo no son mejores que los que hablan de la credibilidad del proyecto en su conjunto2. No digamos ya, acerca de los partidos y los políticos concretos que se proponen para dirigirlo -prácticamente los mismos, por cierto, que nos han traído hasta aquí. Y es ahora y aquí donde la creencia tiene que jugar su papel imaginario, cuando los hechos desmienten la impostura del discurso, cuando lo simbólico no engarza ninguna coherencia discursiva posible entre sus promesas futuras y nuestras experiencias de los últimos años. Y es que el fracaso de esta política año tras año -y ya van seis- y la sin-razón de su insistencia, hacen de su adhesión una cuestión de creencia que apela a nuestra fe -aunque en el caso español parezca, más bien, una cuestión de mentira y engaño que apele a nuestra ingenuidad-.
Ahora nos vuelven a pedir el voto para legitimar otro lustro de políticas oportunistas, que tendrán sus efectos depredadores sobre nuestras economías y sobre nuestros derechos ciudadanos durante mucho más tiempo. Como decía un miembro de la plataforma ciudadana en lucha contra la privatización del agua en Alcázar de San Juan: "Lo que no puede ser es que cuatro años de legitimidad política permitan otorgar durante 25 años la concesión del abastecimiento del agua pública a una empresa privada". Pues, eso mismo, pero a nivel europeo.
Si votas, no eliges/1
si votas, no eliges/2
Si votas, no eliges/3
1. Aunque tampoco debe de extrañarnos mucho, habida cuenta de la paradoja a la que asistimos en las últimas décadas: cuanto más laicas se han ido haciendo las sociedades, con más fuerza han entrado los grupos fundamentalistas religiosos en las instituciones y los centros del poder político. Pero hay una segunda razón para no extrañarse: la crisis de las ideologías ha dejado sin referencias y sin proyecto a los discursos políticos de los partidos, monopolizados por el pragmatismo capitalista del beneficio. Ganar lo más posible puede servir como proyecto personal, pero no constituye por sí mismo un programa electoral para ofrecerlo a una sociedad.
2. Si, en mayo del 2013, la Unión Europea la compusieran solamente los países que muestran una confianza en ella superior al 50%, estaría formada por Bulgaria, Malta, Dinamarca y Letonia. La media en toda la Unión arroja un nivel de confianza del 31%. (Encuesta sobre la Confianza en la UE, realizada por el Parlamento Europeo y Eurostat, comparando agosto 2012/mayo 2013).
Entiendo que el crash del 2008, pero, sobre todo, la política que ha impuesto Alemania a toda Europa para "salir" de la crisis, ha tenido carácter de acontecimiento para gran parte de esa sociedad que se creía asentada en un proyecto sociopolítico y económico que les protegía en todos estos ámbitos. Sin embargo, y en contra de su acepción original, el giro perverso de la situación actual es que no es el sujeto el que se fideliza al acontecimiento, sino que es el hecho el que se adhiere a la existencia del sujeto, aportando toda su carga de negatividad, que podría caracterizarle de traumático. La política austeritaria de este último lustro cumple las condiciones de un "acontecimiento" en la vida de los ciudadanos europeos en tanto tiene la fuerza constituyente suficiente para determinar la formación de una conciencia política -aunque sea anti o a-política- y el proyecto personal de vida en las personas afectadas. Pero es un acontecimiento inverso, en la medida en que desposee a los ciudadanos de la condición de sujetos de su adhesión, para pasivizarlos como objetos sobre los que el acontecimiento ejercer el imperio de sus condiciones materiales. Para las generaciones que alcanzaron el derecho al voto en el año 2000, el austeritarismo -que implica básicamente la demolición del estado del bienestar, paro y precarización laboral-, presentado como la única política posible por los gobiernos y las instituciones europeas, será seguramente el hecho que configure su conciencia de ciudadano de Europa, y determine en gran medida su desarrollo profesional y laboral, y su grado de bienestar personal.
Frente a este acontecimiento ¿qué ofrecen los políticos europeos en esta nueva convocatoria electoral?: una creencia. Es, curiosamente, ahora cuando hemos escuchado a los europarlamentarios, a los dirigentes políticos y económicos darse golpes de pecho y reconocer que tal vez no acertaron, que tal vez no entendieron bien lo que pasaba, que tal vez habría que rectificar algunas cosas, que tal vez... Los datos que manejan sobre la adhesión al proyecto europeo no son mejores que los que hablan de la credibilidad del proyecto en su conjunto2. No digamos ya, acerca de los partidos y los políticos concretos que se proponen para dirigirlo -prácticamente los mismos, por cierto, que nos han traído hasta aquí. Y es ahora y aquí donde la creencia tiene que jugar su papel imaginario, cuando los hechos desmienten la impostura del discurso, cuando lo simbólico no engarza ninguna coherencia discursiva posible entre sus promesas futuras y nuestras experiencias de los últimos años. Y es que el fracaso de esta política año tras año -y ya van seis- y la sin-razón de su insistencia, hacen de su adhesión una cuestión de creencia que apela a nuestra fe -aunque en el caso español parezca, más bien, una cuestión de mentira y engaño que apele a nuestra ingenuidad-.
Ahora nos vuelven a pedir el voto para legitimar otro lustro de políticas oportunistas, que tendrán sus efectos depredadores sobre nuestras economías y sobre nuestros derechos ciudadanos durante mucho más tiempo. Como decía un miembro de la plataforma ciudadana en lucha contra la privatización del agua en Alcázar de San Juan: "Lo que no puede ser es que cuatro años de legitimidad política permitan otorgar durante 25 años la concesión del abastecimiento del agua pública a una empresa privada". Pues, eso mismo, pero a nivel europeo.
Si votas, no eliges/1
si votas, no eliges/2
Si votas, no eliges/3
1. Aunque tampoco debe de extrañarnos mucho, habida cuenta de la paradoja a la que asistimos en las últimas décadas: cuanto más laicas se han ido haciendo las sociedades, con más fuerza han entrado los grupos fundamentalistas religiosos en las instituciones y los centros del poder político. Pero hay una segunda razón para no extrañarse: la crisis de las ideologías ha dejado sin referencias y sin proyecto a los discursos políticos de los partidos, monopolizados por el pragmatismo capitalista del beneficio. Ganar lo más posible puede servir como proyecto personal, pero no constituye por sí mismo un programa electoral para ofrecerlo a una sociedad.
2. Si, en mayo del 2013, la Unión Europea la compusieran solamente los países que muestran una confianza en ella superior al 50%, estaría formada por Bulgaria, Malta, Dinamarca y Letonia. La media en toda la Unión arroja un nivel de confianza del 31%. (Encuesta sobre la Confianza en la UE, realizada por el Parlamento Europeo y Eurostat, comparando agosto 2012/mayo 2013).