En el tiempo de esta crisis, y en los últimos 25 años he venido entendiendo algunos comportamientos sociales paradójicos, o bien como producto del derrumbe de la figura del Padre Simbólico, o bien como consecuencia del colapso ideológico consecuente al Post-Modernismo, ambas, estructuras de ordenamiento cultural. La dimensión antropológica que fue adquiriendo toda esta reflexión ha ido reclamando explicaciones y análisis más radicales, hasta llegar a plantear el hecho de un cambio Cultural.
El planteamiento de Sartori (ver la entrada anterior) anuda la crisis de la figura paterna, con el imperio de la tecno-ciencia, ejemplificada en el protagonismo cultural de la pantalla, y el triunfo de la imagen sobre el texto. El resultado es el video-niño, producto de toda una paideia de la imagen. Seguramente esos videoniños, educados en la comodidad, la pasividad y la irracionalidad de la imagen son, ya adultos, esos ciudadanos que no parecen capaces de unir consecuencialmente dos hechos, para sacar referencias que les puedan orientar, por ejemplo, a la hora de emitir su voto en una convocatoria electoral (¿cómo entender, por ejemplo, que, después del crasch financiero de 2008, los electores europeos votaran masivamente a los partidos más comprometidos con el Capital, y tan directamente contrarios a los intereses de la mayoría de sus propios votantes? ¿cómo entender las mayorías absolutas conseguidas por los políticos corruptos en Italia y España? etc).
La idea de una masa ciudadana que funciona según el modelo del homo-videns ayudaría a poner cierta lógica en comportamientos tan irracionales. Que sea ya mayoritaria la población occidental constituida cognitivamente según la modalidad visual, que inhabilita un pensamiento abstracto, discursivo, complejo, que suponga considerar diferentes datos, categorizarlos y deducir las interrelaciones que mantienen, encontrando la lógica que les organiza y articula, esa modalidad visual, digo, facilitaría una toma de decisiones políticas emocional, parcial, ingenua.
Las conclusiones del libro de Carr no ayudan a ser optimistas. Su prolijo recorrido por multitud de recientes investigaciones en diversos campos del conocimiento, dan continuidad a las tesis de Sartori, confirmando las más premonitorias (1). Como inmigrante digital (ver Neo-Lexikón), Carr empieza a tejer el hilo de su argumentación a partir de su propia experiencia como ávido lector de libros y revistas, que ha pasado a incorporarse a la era digital. Muy resumidamente, la constatación de Carr confirma la tesis militante de Sartori de que la digitalización tiene consecuencias negativas en la capacidad del pensar reflexivo del ser humano, a partir de las modificaciones que introduce en la práctica del pensamiento simbólico. Y esto no se reduce a su aspecto puramente mental, sino que introduce modificaciones a nivel cerebral, en su estructura, y en su dinámica bioquímica y molecular.
Junto con esta constatación de que la información que procede de las pantallas va en contra del ejercicio del pensamiento reflexivo, tal vez la afirmación más impactante de su libro es que "la web es una tecnología del olvido", argumentando a favor de la revalorización de la facultad de la memoria, muy a contracorriente de la línea de pensamiento pedagógico inaugurada por los innovadores de principio de siglo XX. Su argumentación, que va siempre apoyando en las conclusiones de un sin fin de estudios publicados, parte de una constatación muy simple: la extensión, o la implementación de la función que aporta la herramienta opera inversamente hacia una reducción de nuestra capacidad orgánica y funcional.
Esto, que lo tenemos ya olvidado -por integrado en nuestra cultura- respecto al esfuerzo físico, empieza a suceder respecto al trabajo mental. Si nuestro cuerpo se transformó al traspasar ingentes cantidades de esfuerzo bruto a las máquinas y a las herramientas, nuestro cerebro empieza a transformarse al comenzar a traspasar enormes cantidades de esfuerzo mental a los ordenadores, y al sistema web/on line.
El concepto de neuroflexibilidad ha sustituido en la ciencia actual a la clásica idea de un sistema nervioso central inmutable prácticamente desde el nacimiento del individuo. Nuestro cerebro, su arquitectura y su dinámica se modifica según las exigencias a las que le someten condiciones de estimulación diferentes. El resultado es que sufre un modelado adaptado a la función que debe desempeñar. Unas capacidades cognitivas se debilitan o se anulan a favor de otras más operativas y adecuadas. En todo esto, las facultades psíquicas de la memoria y la atención recuperan su viejo protagonismo en la generación de conocimiento. Más allá, en última instancia, se apunta incluso a consecuencias en el plano afectivo de la subjetividad, y su papel en la relación entre los individuos. Veremos cómo.
1. Supone un valor añadido el hecho de que Carr parezca desconocerlas, ya que no cita a Sartori ni una sola vez, tanto en el cuerpo del texto, como en su extensa bibliografía.
Las conclusiones del libro de Carr no ayudan a ser optimistas. Su prolijo recorrido por multitud de recientes investigaciones en diversos campos del conocimiento, dan continuidad a las tesis de Sartori, confirmando las más premonitorias (1). Como inmigrante digital (ver Neo-Lexikón), Carr empieza a tejer el hilo de su argumentación a partir de su propia experiencia como ávido lector de libros y revistas, que ha pasado a incorporarse a la era digital. Muy resumidamente, la constatación de Carr confirma la tesis militante de Sartori de que la digitalización tiene consecuencias negativas en la capacidad del pensar reflexivo del ser humano, a partir de las modificaciones que introduce en la práctica del pensamiento simbólico. Y esto no se reduce a su aspecto puramente mental, sino que introduce modificaciones a nivel cerebral, en su estructura, y en su dinámica bioquímica y molecular.
Junto con esta constatación de que la información que procede de las pantallas va en contra del ejercicio del pensamiento reflexivo, tal vez la afirmación más impactante de su libro es que "la web es una tecnología del olvido", argumentando a favor de la revalorización de la facultad de la memoria, muy a contracorriente de la línea de pensamiento pedagógico inaugurada por los innovadores de principio de siglo XX. Su argumentación, que va siempre apoyando en las conclusiones de un sin fin de estudios publicados, parte de una constatación muy simple: la extensión, o la implementación de la función que aporta la herramienta opera inversamente hacia una reducción de nuestra capacidad orgánica y funcional.
Esto, que lo tenemos ya olvidado -por integrado en nuestra cultura- respecto al esfuerzo físico, empieza a suceder respecto al trabajo mental. Si nuestro cuerpo se transformó al traspasar ingentes cantidades de esfuerzo bruto a las máquinas y a las herramientas, nuestro cerebro empieza a transformarse al comenzar a traspasar enormes cantidades de esfuerzo mental a los ordenadores, y al sistema web/on line.
El concepto de neuroflexibilidad ha sustituido en la ciencia actual a la clásica idea de un sistema nervioso central inmutable prácticamente desde el nacimiento del individuo. Nuestro cerebro, su arquitectura y su dinámica se modifica según las exigencias a las que le someten condiciones de estimulación diferentes. El resultado es que sufre un modelado adaptado a la función que debe desempeñar. Unas capacidades cognitivas se debilitan o se anulan a favor de otras más operativas y adecuadas. En todo esto, las facultades psíquicas de la memoria y la atención recuperan su viejo protagonismo en la generación de conocimiento. Más allá, en última instancia, se apunta incluso a consecuencias en el plano afectivo de la subjetividad, y su papel en la relación entre los individuos. Veremos cómo.
1. Supone un valor añadido el hecho de que Carr parezca desconocerlas, ya que no cita a Sartori ni una sola vez, tanto en el cuerpo del texto, como en su extensa bibliografía.